Perú. Eduardo Arroyo: Historias de Perros y de hombres


Winston Orrillo / Mariátegui
17/04/14

“El mundo está cambiando: lo siento en la tierra, el aire, el agua”
J.R.R. Tolkien

Este es un libro no solo para deleitarse en su lectura, sino que, en realidad, uno aprende mucho al paladearlo. “Historias de perros” – ediciones Vicio perpetuo. Vicio Perfecto”, Lima, 2014, es un nuevo producto de la incesante actividad de Eduardo Arroyo (Callao, Perú, 1948) sociólogo, poeta, narrador, ensayista, periodista, promotor cultural,Doctor en Ciencia Política y Relaciones Internacionales, y catedrático en las universidades Ricardo Palma, San Marcos y Federico Villarreal.

Como en otros casos, si insertamos su dilatado currículum, se nos va la mitad del espacio de que disponemos para un mejor análisis de este fascinante volumen: basta decir que él ha publicado tres estudios sociales y cinco poemarios; que es Doctor Honoris Causa de la Universidad Hermilio Valdizán, de Huánuco; que ha dictado conferencias en numerosos países, es Miembro Ilustre del Colegio de Doctores en Educación, Miembro de la Comisión Nacional por el Centenario de Arguedas y de la Directiva del Colegio de Sociólogos del Perú.Finalmente, tiene próximos a publicarse  cuatro libros de crónicas y ensayos sociológicos y diplomáticos.

Pero vayamos al tema de nuestro análisis. Este libro aúna las historias de los varios canes que ha tenido y tiene el autor, con relatos plenos de humor y de bonhomía, conmovedores a veces (como la estremecedora aventura de Brandon, “viejo guerrero de rancia estirpe”), y pleno de sentido filosófico y de profundo expurgar en los interiores de estos compañeros del hombre (¿o nosotros somos los compañeros de ellos?) que son los animales sobre los cuales, leamos estos párrafos esclarecedores: “No sé cuán superiores seamos los humanos en relación con las otras especies.

Ellos están en los territorios, los ocupan probablemente sin una utopía ni proyecto de vida, pero la alta irracionalidad del ser humano contemporáneo, su hiperconsumismo, su dominación por un mundo de imágenes envueltos en el presentismo, así como en la farandulización de la existencia, no me indican a mí una alta o gran racionalidad . Creo más bien que la irracionalidad neoliberal  hegemónica implanta en los seres humanos intereses diametralmente opuestos a toda racionalidad, a toda posibilidad de convivencia pacífica en armonía con la madre naturaleza”.

Obviamente las diáfanas palabras anteriores, no son obra de un improvisado escritor iluminado, sino fruto de la austera formación intelectual de nuestro autor que, en esta obra, ha volcado, unimismándola,  su conciencia de sociólogo con su sensibilidad de poeta.

En realidad, tenemos que controlarnos, porque hay tantas páginas-preseas que da ganas de citarlas todas, pero, entonces, éste no sería un artículo mío, sino una mera transcripción de lo escrito por Eduardo. Pero es imposible no ofrecer, a nuestros lectores, el siguiente juicio preciso y precioso: “Yo aprendí que la naturaleza era una sola y que como animal humano tenía otros colegas animales no humanos, así como plantas y minerales, seres con vida o sin vida, con existencias diferentes, partes de un solo movimiento vital aunque tuvieran formas distintas.Éramos un solo continuum en la dinámica del universo, con su orden, equilibrio, desbalances, contradicciones  y todos nos debíamos a todos, todos nos necesitábamos sin dominios ni hegemonías”. 

Un apartado singular es el que dedica a los perros callejeros, a los que el autor, amén de sus propios –que viven en su hogar- cuida y alimenta con una ternura que dice mucho de su alma de poeta; claro, todo ello junto con Débora, su compañera y musa, también con un doctorado que acaba de obtener. Pareja paradigmática que, seguramente, causará más de una envidia. 

Los perros sufren frente a la irracionalidad humana de quemar cohetes y cohetones, que dañan sus finísimos órganos auditivos. “Sigo a Argos y a Diana en su vía crucis este 25 de diciembre. Ellos, que viven en este parque hace nueve años, se sienten expulsados de él. Solidario con mis amigos, los acompaño en su gran marcha unas cinco cuadras.Cruzan la gran avenida Caminos del Inca, yo detrás de ellos con el plato de comida intacto. A mitad de una cuadra sin carros ni gente, Argos, cojo, se echa  bajo un árbol y Diana al costado.//Me acerco a Argos y le dejo toda su ración, igual que a Diana. Argos se deja acariciar pero está maltrecho. ¡Qué fuerza la de estos perros callejeros! Soportar las calles y la especie humana no es lo mejor”,. (Subrayado nuestro).

Decíamos, en el título, que era la historia de  perros y de hombres: Eduardo aprovecha para hablarnos de su familia, de la ya mencionada musa y compañera Débora,de sus hijos Laura y Rodrigo, de sus hermanos, sobrinos, tíos; de sus padre y madre, ambos fallecidos. Y de sus bienamados canes Chira, Campeón, Apolo, aparte de los ya nombrados y callejeros, Argos y Diana “duchos en la tarea de sobrevivir, hermanos en esta travesía que es la vida”,. 

Hay, asimismo, algomás para matizar y hacer más atractiva la lectura (se lo aseguro, porque me ha pasado: usted comienza y ya no puede dejar el volumen que, felizmente no es muy extenso: no llega a las 100 páginas); para hacerla más rica, la prosa de Eduardo incorpora rasgos de humor, como cuando da cuenta de la “desaparición” de uno de los perros: “Me disponía a salir a buscarlo, cuando, a lo lejos, avisté a un can que llegaba raudo a mi encuentro.Era Apolito quien llegó a mí, me abrazó y sentí en su mirada pìcara, llena de vida como que me decía: `Disculpa, Eduardo, pero me  encontré con unos amigos y nos quedamos tomando unas cervecitas´”.

Finalmente, el poeta, pero también el estudioso de la sociedad, nos deja el siguiente mensaje, que hace el libro de una lectura imprescindible: “Creo que ya no es correcto hablar de la especie humana como una especie racional. Todas son especies inteligentes, La inteligencia racional es una de ellas subsumida por la más integral, la emocional. Podríamos intentar definirnos como animales con cultura, animales con civilización, animales de múltiples inteligencias”. 

Y, para concluir espléndidamente: “Tal vez deba decir a mis congéneres que advierto en los perros y animales una alta sensibilidad y un gran mundo de sentimientos, no observados por nosotros, los supuestos reyes de la naturaleza, los considerados animales racionales. No son los animales no humanos los que han generado la crisis de endeudamiento y desempleo en la Unión Europea ni la crisis climática, la recesiva, alimenticia, hídrica, energética y la crisis de valores”.

¿Verdad que, después de todo lo leído, usted, querido amigo, siente la necesidad imperiosa de leer, entero, este nuevo libro del poeta y sociólogo Eduardo Arroyo?

Comentarios