Óleo de Germán Suárez Vértiz
César Zelada / Mariátegui
27/05/14
El 18 de Mayo pasado se conmemoró un año más de la muerte de José Gabriel Condorcanqui Noguera (cacique de Surimana, Tungasuca y Pampamarca, en Cusco), más conocido como Túpac Amaru II (descendiente de Túpac Amaru I, educado en el colegio San Francisco de Borja, era culto, hablaba latín y conocía la obra de Garcilazo de la Vega), quién en un acto heroico contra el abuso del imperio español lideró una insurrección armada que marcó un punto de inflexión en la historia del siglo XVIII planteando un debate sobre el carácter de su subversión y las implicancias históricas.
Y en efecto, aun hoy, hay académicos que caracterizan el levantamiento de Túpac Amaru solo como una rebelión por ser éste un arriero rico y por “no plantear la ruptura con el sistema colonial de entonces”. Pero si uno analiza a profundidad el movimiento tal cual es (“con arrugas y todo” como diría Cromwell), pues, podrá descubrir que en la historia hay líderes como Fidel Castro que bajo ciertos contextos históricos (de ascenso de la élite indígena, opresión a la plebe y de victorias de las revoluciones francesa y norteamericana) rompen con su extracción de clase acomodada y asumen posiciones plebeyas como Túpac Amaru II (más aún si hay una rabia generalizada contra los colonizadores).
Y en el caso del programa, pues, si bien es verdad, todo comenzó con el reclamo formal de su título como Inca (según Burga había una mitificación sobre el Inca), pues, esta consigna, por su propia dinámica, le hizo entrar en colisión con los españoles, quienes por su carácter imperial, querían imponer nuevas reformas borbónicas (la alcabala que afectaba a los caciques, el tributo indígena y la mita minera), para satisfacer las demandas de la metrópoli y el Rey Carlos III.
Estas contradicciones conllevaron al ajusticiamiento y muerte del corregidor de Tinta, Antonio Arriaga (expresión simbólica y radical de la revolución social), polarizando la lucha entre imperialistas y subversivos indígenas. Pero Túpac fue astuto y realizó una amplia política de alianzas con algunos criollos como Miguel Montiel, Felipe Bermúdez, Francisco Molina (hacendado de El Collao), Francisco Cisneros (redacto cartas y proclamas), e incluso mestizos y clericos que hablaban quechua y aymara (que luego, en su mayoría traicionarían cuando calcularon que la revolución podría fracasar o arrebatarles sus privilegios).
Por estas razones, Túpac, que contaba con un batallón de más de 40 mil hombres, se radicalizó levantando la bandera de la abolición de la esclavitud en América (abolió la de los negros el 16/11/80), y la instauración de una República de Indios, de connotación nacional y continental (influenció en lo que hoy es Argentina, Venezuela, Uruguay y Haití).
Como dice el sociólogo Manuel Dammert, “…desarrolla la rebelión contra los fundamentos organizativos mismos de la represión colonial como la mita…”, convirtiendo la misma en una revolución política. Lo mismo señala el historiador Guillermo Lumbreras (Leer: A 500 años de la invasión europea al nuevo mundo). Por eso es importante “no confundir el primer día del embarazo con el nacimiento del bebé”. Y es que la rebelión, por la confrontación misma entre las fuerzas en contienda, se puede convertir en una insurrección y la insurrección en una revolución política o social.
No obstante, en el caso de Túpac Amaru II, después de vencer a un batallón de 1200 soldados en Sangararà, fue derrotado por el visitador José Antonio de Areche al mando de un ejército de más de 17 mil soldados (integrados por indígenas de Cartagena de Indias), dejando tareas revolucionarias inconclusas que hasta el día de hoy no han sido resueltas como es el tema de la soberanía nacional, la justicia social, la democracia y la libertad.
Según algunos historiadores, uno de sus graves errores fue no tomar la ciudad del Cuzco (por no querer enfrentarse con los indios pro España y por esperar el apoyo insurgente aymara de Pedro Vilcapaza y Túpac Katari), como le aconsejo Micaela Bastidas. Un error estratégico militar que le costó la vida a él y a su familia, quienes fueron descuartizados bajo las órdenes del virrey Jáuregui y Aldecoa, como un mensaje político de terror para el resto de indígenas que osaran rebelarse. Entre los otros errores señalan la traición de Francisco Santa Cruz y el de levantar una consigna que en vez de unir dividía como era la del regreso al Imperio Inca, que tenía el rechazo de comunidades como los chancas, etc.
Sin embargo, Túpac Amaru II, a la misma vez que cierra un ciclo de luchas originarias, marcó un hito en las mentes y corazones de los indígenas e incluso blancos que luego tendrían participación decidida en la gesta de la emancipación o de escritores como José M. Arguedas cuando redactó “…De tu inmensa herida, de tu dolor que nadie habría podido cerrar, se levanta para nosotros la rabia que hervía en tus venas… ¡Somos todavía! Voceando tu nombre, como los ríos crecientes y el fuego que devora la paja madura…hasta que nuestra tierra sea de veras nuestra tierra…” (A nuestro padre creador Túpac Amaru).
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