Gabriela Wiener nos hace una llamada perdida


Winston Orrillo
Mariátegui.info
27/01/15

Llamada perdida, de Gabriela Wiener (Editorial Estruendomudo, Lima, 2014), es un libro que produce sentimientos encontrados: por un lado, el desparpajo con el que está escrito, la sabiduría lingüística de la que su autora hace gala y así como el dominio del oficio de la periodista que maneja situaciones y circunstancias con singular maestría. 


Somos gente de neblina. La niebla camina cada día con sus patas de gato sobre nuestro corazón. Nacemos y crecemos bajo la promesa incumplida del sol y de la lluvia, por eso agradecemos como nadie los rayos de luz y las gotas más sutiles. // Somos gente de calle. De naturaleza ambulante. Porque hemos venido de lejos. Somos hijos, nietos de gente extraña, pobre, incómoda, aventurera. Vivir para nosotros es radicalizar ese legado. Salimos del caos para recrear el caos. Ahí reside nuestra vitalidad, lo que nos hace indomables…” G.W.

Hay, por cierto, mucho de autobiografía, pero escrita –como dirían los argentinos- “en joda”, y nunca nos da la sensación de que se toma muy en serio, o “se manda la parte”, pues si hay algo que la caracteriza, es su particular acedía para referirse a ella misma, y su singular búsqueda permanente de algo –o alguien- a quien aferrarse o en quién confiar.

Estamos, en principio, ante una autora que, a pesar de su juventud –pero con una vasta experiencia en la escritura- nos conduce, a través de libros y autores, que, en principio, nos enseñan mucho, pero a los cuales –parece decírnoslo sotto voce- nos hay que creerles todo, porque son tan personas como nosotros, con sus “fortunas y adversidades”.

Éste es, pues, uno de los aspectos que caracterizan a Gabriela: su desenfado para escribir sobre todo y todos –el sexo, las relaciones de trío, el mundillo de la droga, la maternidad, las enfermedades, los periplos dionisíacos de cierta juventud (la suya)-; pero todo en busca de un universo donde, en principio, sea anulado el homo homini lupus (donde no sea el hombre “un lobo para el hombre”).

De allí que el volumen se lea con facilidad y asombro: alguien podrá decir que su autora no parece “peruana” en el sentido en que, entre nosotros, existe cierta pacatería o gazmoñería para tratar, con libertad absoluta, temas y tópicos que Gabriela desmenuza con una prosa plena de humor, ironía, desapego y particular sabiduría.

El daimon (demonio) de Gabriela felizmente siempre la acompaña y nos permite, a nuestra vez, seguirla por sus meandros viajeros, por sus seminarios y semanarios, por hospitales, por “telos” –léase: hoteles- donde el amor es una caricatura o un hecho fortuito, o no tanto...


Evidentemente, la facilidad para escribir de Gabriela, le viene de esa prosapia de periodista de primera y frecuentadora, a la vez, de autores como Alejandra Pizarnik, G. Talese y Roberto Bolaño, todo un ícono.

Una de las estancias más singulares del volumen es la asistencia a un Taller sobre la experimentación de vivir la propia muerte, que le hace escribir, al fin del mismo: 

“Cosas que me hacen mal: estar todo el día conectada a internet, ver el Facebook, las facturas, el KFC, el alcohol, las drogas, no estar con mi hija, mi infantilismo, el mundo literario, la presión de tener que escribir, el desprecio de la gente, la frivolidad, las in justicias, no estar en Lima, la sal, no hacer ejercicios, juzgar, juzgarme.// Cosas que me hacen bien: el sexo, el amor de Lena (su hija), el amor de J. (su esposo), dar amor, ser amada, cocinar, escribir, dormir, salir y ver el sol, ver series con J., reír, no hacer nada en absoluto, hacer algo bien, la ternura, no estar en Lima, llorar, comer sano, sin sal…” (Todos los subrayados, salvo indicación en contrario, son de W.O.)

¿Qué hay contradicciones? Unamuno dijo: “me contradigo, sí, me contradigo”: esto podría parafrasearlo ella.

Por momentos Llamada perdida parece ser la radiografía de toda una generación: la del tránsito de una centuria a otra: del siglo XX al actual: y ello nos explicaría –tal vez- palabras como las que siguen: 

Somos gente de noche. De bares desaparecidos y polvos y diablos azules. De mapas secretos, desencantos y escaleras hacia ninguna parte en las que beber frenéticamente algo de oscuridad y asombro. Nuestros poetas escriben las palabras más hermosas del mundo. Y mueren después de comprenderlo todo.// Somos gente de mierda. A veces lo somos. No hay otra explicación para tanto odio, para tanto escombro. Aquí construimos nuestra casa. No para vivir en ella, sino para sobrevivir contra ella. Si somos los que habitamos, por qué este desamor de multitudes. Esta es nuestra ciudad., quizá sea nuestra única oportunidad sobre la tierra. Somos jóvenes e inverosímiles. Todavía podemos intentarlo. Tenemos en común la neblina, la calle, el mar, la noche. La mierda, no”.

Bellísima e intensa y desgarrada autoscopia en un libro destinado a perdurar como testimonio de una periodista y escritora de altos quilates, cronista que se iniciara en “Etiqueta Negra” y cuyas páginas, hoy, se pueden leer en diferentes publicaciones y revistas del España y América. Ha publicado los libros Sexografías, Nueve lunas y Mozart, La iguana con priapismos y otras historias.

Es, Gabriela, digna hija del gran periodista peruano Raúl Wiener, cuyos poemas secretos ella comenta en algunas páginas de este volumen imprescindible.

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