Para entender la visita a Cuba del Papa Francisco


“Lo que voy a publicar aquí va a irritar o escandalizar a aquellos a quienes no les guste Cuba o Fidel Castro. Eso no me preocupa. Si no ves el brillo de la estrella en la noche oscura, la culpa no es de la estrella sino tuya”. Leonardo Boff (1).


Salvador Capote
Foto: L'Osservatore Romano
Mariátegui
09/09/15

El 8 de julio de 2015, en el camino entre el aeropuerto de El Alto y la ciudad de La Paz, en Bolivia, el Papa Francisco se detuvo para orar cerca de Achachicala,  sitio donde fue torturado y asesinado el sacerdote Luis Espinal en la noche del 21 de marzo de 1980, sólo dos días antes del asesinato  de Monseñor Oscar Arnulfo Romero en El Salvador y  justo en el mismo año de la asamblea de obispos de Medellín, en la que sectores de la Iglesia elaboraron fundamentos teóricos y prácticos de una proximidad a las luchas de los pobres y oprimidos: la Teología de la Liberación.  Luis Espinal (“Lucho” para los bolivianos), periodista y crítico de cine, además de sacerdote, fue asesinado por denunciar la situación miserable del pueblo boliviano  y la represión militar. “Me detuve aquí –dijo el Papa a la muchedumbre reunida en el lugar- para saludarlos y sobre todo para recordar, recordar a un hermano,  un hermano nuestro, víctima de intereses que no querían que se luchara por la libertad de Bolivia”.

Mucho se ha especulado con el regalo de Evo Morales al Papa de un crucifico tallado en el cual la cruz está formada por una hoz y un martillo. Los detractores de Morales creyeron ver la oportunidad para acusar al mandatario boliviano de burlarse del Papa regalándole un “crucifico comunista”. Sin embargo, la historia detrás del obsequio es que se trata de la copia de una talla realizada por el sacerdote Luis Espinal para expresar el anhelo común de cristianos y marxistas de una sociedad más humana y más justa. Además, después de recibir la Orden Nacional Cóndor de los Andes, el Papa fue condecorado  con la Orden al Mérito que lleva el nombre del mártir jesuita. En esta última se encuentra también la imagen de Cristo sobre la hoz y el martillo.

Lucho era un jesuita, al igual que el Papa Francisco y su alineamiento con los oprimidos y con la justicia desde la fe cristiana estaba en armonía con el compromiso de la Compañía de Jesús definido en la Congregación General 32, a partir de la cual más de 50 jesuitas darían su vida, luchando al lado del pueblo, en diversos países, para defender una forma de fe concebida desde la comunión con los pobres, una fe ligada a la justicia.

La Congregación General 32 (1975) tuvo lugar en el espíritu del Concilio Vaticano II y de los Sínodos de Obispos que la precedieron con los temas: “La justicia en el mundo” (1971) y “La evangelización del mundo contemporáneo” (1975). Esta congregación redefinió la misión de los jesuitas, la cual se enfocaría en lo adelante en la consagración al servicio de la fe y a la promoción de la justicia. A ella asistió como Provincial de Argentina Jorge Mario Bergoglio, que más tarde sería Obispo y Cardenal de Buenos Aires y, por último, elegido Papa con el nombre de Francisco. El Papa Francisco es pues, un sacerdote jesuita comprometido con el Decreto 4: “Nuestra misión hoy” de la CG 32 de la Compañía de Jesús, el cual contiene impresionantes pronunciamientos. En ella los jesuitas afirman clarividentemente que “no trabajarían por la promoción de la justicia sin pagar un precio”, y es ciertamente alto el precio que han tenido que pagar, regando con la sangre de numerosos mártires el suelo de América Latina y de otras regiones del mundo.

En el Decreto 4 se habla “[…] de la posibilidad evangélica, que es don de Dios, de una comunión entre los hombres basada sobre la participación y no sobre el acaparamiento, sobre la disponibilidad y la apertura y no sobre la busca de privilegios de castas, de clases o de razas, sobre el servicio y no sobre la dominación o la explotación” (4,16). Se afirma que “[…] no hay verdadero anuncio de Cristo, ni verdadera proclamación de su Evangelio, sin un compromiso resuelto por la promoción de la justicia” (4,27). Y sobre las estructuras de dominación explica: “Las estructuras sociales –de día en día se adquiere de ello más viva conciencia- contribuyen a modelar al mundo y al mismo hombre, hasta en sus ideas y sentimientos, en lo más íntimo de sus deseos y aspiraciones. La transformación de las estructuras en busca de la liberación tanto espiritual como material del hombre queda, así, para nosotros estrechamente ligada con la obra de evangelización […]” (4,40). El Decreto 4 no sólo define líneas de pensamiento y de acción que se sitúan inequívocamente al lado de los pobres y de los oprimidos sino que proclama la necesidad de transformar las estructuras de la sociedad.

En la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (CELAM), que tuvo lugar en el Santuario de Aparecida, en Brasil, el entonces Cardenal Jorge Bergoglio fue elegido para presidir el comité encargado de redactar el documento final. Su elección, por supuesto, no fue accidental sino en reconocimiento de su relevante protagonismo en eventos similares anteriores que conformaron una tradición teológica y pastoral en América Latina: “La opción preferencial por los pobres y los marginados”, que la Conferencia de Aparecida reafirmó y actualizó  y en la cual se confirmó la decisión de dar la vida entera y llegar hasta el martirio en el ejercicio de este apostolado. Seguramente tampoco fue accidental que el encargado de revelar al público las palabras del futuro Papa Francisco durante su participación en la congregación general previa al cónclave fuese el cardenal cubano Jaime Ortega y Alamino. En ellas Bergoglio argumentó que la misión de la Iglesia debía ser “salir de si misma e ir a la periferia, que no es sólo geográfica, sino también existencial: donde hay pecado, dolor, injusticia, ignorancia e indiferencia religiosa, donde hay miseria humana”.

Fidel Castro, antiguo alumno jesuita, reconoció la influencia de los maestros del colegio de Belén, rigurosos en organización, disciplina y valores  -sacerdotes que sabían inculcar un gran sentido de la dignidad personal-  en ciertos elementos de su formación (2). En 1985 el teólogo brasileño Leonardo Boff visitó Cuba por invitación de Fidel. Afirma Boff que en el contexto de las conversaciones que sostuvo con el líder de la revolución, éste confesó: “Cada vez me convenzo más de que ninguna revolución latinoamericana será verdadera, popular y triunfante si no incorpora el elemento religioso” (3). Su hermano, el actual presidente de Cuba, Raúl Castro, después de reunirse con el Papa Francisco en su visita a Italia en mayo de 2015, expresó: “El es un jesuita y yo, de alguna manera también lo soy, siempre estuve en escuelas de jesuitas […]”.

Ahora se produce un reencuentro en Cuba con los jesuitas, pero esta vez con un papa latinoamericano que conoce, porque las ha vivido, las desigualdades extremas de la sociedad en el continente y que sueña con una iglesia pobre y de los pobres mientras denuncia proféticamente la injusticia de un sistema económico que pone el dinero por encima de la persona humana. No escapa a Fidel la base común que existe entre militantes religiosos y revolucionarios: “[…] Estoy seguro de que sobre los mismos pilares en que se pueda asentar hoy el sacrificio de un revolucionario, se asentó ayer el sacrificio de un mártir por su fe religiosa. En definitiva, la madera del mártir religioso, a mi juicio, estuvo hecha del hombre desinteresado y altruista, de la misma que está hecho el héroe revolucionario. Sin esas condiciones no existen, ni pueden existir, ni el héroe religioso ni el héroe político”(4). Esta base común es la que permite que el Papa Francisco pueda dialogar con el gobierno y el pueblo cubanos utilizando un mismo idioma ético compartido.

¿Mantiene vigencia la Teología de la Liberación? –La actualidad de una teología, como muy bien explica Gustavo Gutiérrez (5), “depende en gran parte de su capacidad para interpretar la forma como es vivida la fe en unas circunstancias y en una época determinadas”, es decir, de su contextualidad. La teología que comenzó a surgir en los tiempos del sacerdote Camilo Torres Restrepo, protomártir colombiano de la Teología de la Liberación, el de la famosa frase: “Si Cristo estuviera vivo sería un guerrillero”, pertenece a una época en que la lucha armada era seguramente la única opción viable para los pueblos oprimidos. Las circunstancias han variado mucho desde entonces, y Bergoglio, aclaremos, discrepó en ocasiones de algunos aspectos de esta teología, pero es incuestionable que la pobreza, la injusticia y la desigualdad, factores que se sitúan en el origen de la Teología de la Liberación, continúan, hoy más que nunca, como temas centrales de la reflexión teológica.

En el intervalo entre las Conferencias de Medellín (1968) y Puebla (1979), América Latina se convirtió no sólo en el centro demográfico del catolicismo sino también en su centro teológico y, dentro de este ámbito latinoamericano, Cuba ocupa una posición de extraordinario interés para los teólogos porque –digámoslo con palabras del dominico brasileño Frei Betto- “desde el punto de vista evangélico la sociedad socialista, que crea las condiciones de vida para el pueblo, está realizando ella misma, inconscientemente, aquello que nosotros, hombres de fe, llamamos los proyectos de Dios en la historia” (6). No por casualidad Cuba, un país de extensión territorial y población relativamente pequeñas, tendrá próximamente el privilegio de haber recibido la visita de tres papas en un corto período de tiempo.

El Papa Francisco visitará un país en el cual durante más de medio siglo se han exaltado los valores ético-morales; donde el precepto cristiano de amor al prójimo se traduce en igualdad, fraternidad, solidaridad e internacionalismo; donde la devoción a la Virgen de la Caridad del Cobre (Ochún en los cultos sincréticos) forma parte raigal de nuestra cultura; donde existe una amplia coincidencia entre el pensamiento cristiano y el pensamiento revolucionario. ¡Qué otra cosa ha sido el programa revolucionario cubano sino una “opción preferencial por los pobres”! Pero téngase en cuenta que el “pobre” cubano no es igual al pobre de otras latitudes donde la pobreza no solamente es carencia de bienes materiales  sino privación de servicios de salud, educación y asistencia social, donde la pobreza significa ignorancia, alienación, discriminación, opresión, desempleo, exclusión, violencia, enfermedad e injusta muerte prematura.  El niño “pobre” cubano puede que no tenga juguetes electrónicos y quizás no posea más de un par de zapatos, pero tiene médico, maestro, alimentación y techo asegurado y, lo más importante, se cría en un entorno de protección y amor.

El término “socialismo”, como sabemos, abarca un amplio espectro semántico.  El socialismo cubano es consecuente con una tradición revolucionaria que se puede seguir, sin solución de continuidad, desde los orígenes de nuestra nacionalidad, con la semilla sembrada por las enseñanzas del Padre Félix Varela a comienzos del siglo XIX y con gigantes del mundo ético-moral como Martí y Fidel. Si el bien común es la principal preocupación al definir la propiedad de los medios de producción, no debe haber dudas de que el socialismo cubano es el que mantiene más arraigo y solidez en los principios. Perfeccionar el socialismo cubano, hacerlo cada vez más participativo, más justo, más humano y, ¿por qué no?, más cristiano, debe ser la aspiración de todos y, en este sentido, estoy seguro de que la visita a Cuba del Papa Francisco, que se anuncia como pastoral, será también profética.

Bibliografía

- Leonardo Boff: “Los 80 años de Fidel: confidencias”, CUBADEBATE, 24 de Agosto de 2006.
- Frei Betto: “Fidel y la Religión – Conversaciones con Frei Betto”, p. 155, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 1985.
- Leonardo Boff: Artículo citado.
- Frei Betto: Idem, p. 157.
- Gustavo Gutiérrez: La Densidad del Presente, p. 89, Ed. Sígueme, Salamanca, 2003.
- Frei Betto: Idem, p. 261.


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