Perú. Rituales que se habían perdido


¿Cómo será ver a la selección en el mundial? ¿Cómo será que las figuritas del álbum contengan jugadores peruanos? ¿Cómo será pegar en el espacio vacío el retrato de Christian Cueva? ¿Cómo será abrir el sobre con Farfán, figurita difícil de encontrar? ¿Cómo será cambiar la de Cristiano Ronaldo por la de Oreja Flores? ¿Cómo será el Fifa Rusia 2018 con una simulación 3-D de Gallese saltando en el área chica? 


Juan Manuel Robles *
Mariátegui
22/11/17

¿Cómo será tener que soportar a Eddie Fleischmann relatando los partidos de Perú en los mundiales? ¿Será que Martínez Morosini era igual de odioso, solo que el recuerdo dorado de esos años lo ennoblece? ¿Cómo será la oficina el día del debut de Perú en el mundial? ¿Cómo será un fixture con la bandera peruana? ¿Cómo será vivir pendientes del futuro y no del pasado?

Para mí hubo un solo momento de emoción en el partido de ida contra Nueva Zelanda. Fue al comienzo, cuando vi en pantalla la luz del sol de Wellington mientras en aquí eran las diez de la noche. Esa diferencia cósmica nos recordó que Perú había ido a jugar al otro lado del planeta: era como ver un presagio mundialista. Los nuevos tiempos de la selección empezaban a manifestarse. 

Y aunque aquel olvidable partido de ida congeló por un rato los sueños y nos hizo temer la ruleta rusa, lo cierto es que solo una catástrofe podría evitar el triunfo peruano en Lima. Los extranjeros nos lo decían con amabilidad: ustedes ya están en el mundial. Pero en vez de darnos confianza, esas profecías nos daban una enorme angustia.

Al final, felizmente, pasó lo que tenía que ocurrir.

La selección peruana no es letal ni es una máquina fantástica. Pero tiene instantes de funcionamiento colectivo en que sabemos que nadie puede pararla. Son momentos de pura armonía, una corriente poderosa, una música. Cuando en la vuelta del repechaje en Lima, Cueva, un jugador excepcional que hoy no está en su mejor nivel, se escapó por la banda izquierda y venció la marca del defensa neozelandés, cuando luego de eso quebró su propio cuerpo movedizo para mandar el balón al centro del área, cuando el balón rodó y se asomó Farfán, todos supimos perfectamente qué estaba ocurriendo y entendimos bien lo que venía. Farfán metió un golazo. 

Farfán celebra después de anotar el gol de apertura durante el partido de vuelta entre Perú y Nueva Zelanda, en el Estadio Nacional de Lima.

De eso hablo, de la inminencia. Así es por momentos este Perú. El viejo “casi” se convierte en un “ya está”. Sigue siendo un equipo que depende de la inspiración, pero sus buenos ratos están hechos de coreografías de dos o tres toques, cómplices en la belleza. Una oscilación que, dicho sea de paso, fue la estampa peruana en los mejores tiempos.

Nadie ha sido mejor para terminar de completar esos momentos que Paolo Guerrero, el que además de unirse al baile es capaz de entrar solo, desafiando lógicas, viendo caminos donde otros solo verían obstáculos. Pero él ya no está, y en este partido Perú tenía la obligación de mostrar que la máquina se adapta. Por eso el llanto de Farfán después de anotar, con la camiseta 9 apretándole el corazón, fue el de quien hace duelo por el amigo sancionado, sí, pero también la tristeza de quien sabe que, en un equipo, nadie es indispensable. Y que a él le toca cubrir esa ausencia que debe parecerle el colmo de la injusticia.

No ha vuelto Perú al nivel que tuvo en los partidos contra Paraguay de visita, Uruguay y Bolivia en Lima, y Ecuador en Quito. Fueron esos encuentros increíbles los que hicieron renacer la esperanza y pusieron los cimientos de una leyenda. Redefinieron a Perú como un equipo irregular que, en cualquier momento, podía hacer magia de exportación. 

Un equipo inestable pero nunca débil, con espacio para la genialidad. Fue el mejor momento de Christian Cueva, y el lugar de la aparición de ese gigante de cara chistosa que todos amamos: Edison Flores. Cuando ves que señores respetables de 70 años se colocan orejas de plástico, entiendes que ha nacido un crack. El número 20.

Y André Carrillo tan cerca, con el 18. Celebrando con él después de romper cinturas para ayudar al gol.

El 20 y el 18 en las espaldas unidas de Flores y Carrillo hicieron una foto que se propagó rápidamente en las redes sociales. Fue en la celebración del primer gol con que Perú le ganó a Ecuador en Quito (anotó Flores). La imagen se hizo viral después de esa victoria improbable, la que puso a soñar incluso a los escépticos.

Pero en realidad, esa imagen del 20 y el 18 en las espaldas juntas de Flores y Carrillo se había dado tres meses antes, después del gol de Flores que terminó por voltear el partido contra Uruguay, el 2 a 1 en Lima. Nadie se percató entonces del número cabalístico. O tal vez fue que todavía gobernábamos los incrédulos, los que nos hubiéramos reído de que se pensara que Perú podía ir al mundial. 

En todo caso, en las imágenes, Carrillo se acerca con clara intención de quedar al lado del 20 de oro. Si Gareca es un hombre de cábalas, que procura tocar a una novia antes de los partidos —para la suerte—, puede que también haya entendido la importancia de estas señales. Y las haya aprovechado. Sea como fuere, no olvidaremos esa pantalla detenida: dos jugadores que fueron de menos a más, dos apuestas.

Tras el tanto de Farfán, el repechaje en Lima estaba controlado, y se selló la clasificación con un gol de Christian Ramos, después de un córner de Cueva. Había sido el mismo Ramos quien, un año atrás, consiguió el empate en Asunción con un golazo de cabeza, iniciando el camino del triunfo para Perú, que esa noche rompería el maleficio (ese es el gol que registra el grito más emblemático de Gareca). Y justamente a él le tocaba el honor de dar el tiro de gracia.

El jueves nos tocó despertar sin voz y con una pregunta. ¿Cómo será? Los de mi generación, y los que vinieron después, no lo sabemos. Los nerds del fútbol alardean con sus datos y su conocimiento de la historia de los mundiales. Pero lo cierto es que nadie que no la haya vivido conoce la sensación de ver al equipo nacional en una justa mundialista. Es placentera esta incertidumbre, esta duda. Por eso me ha gustado ver en estos días a la generación de mi padres, y los padres de amigos, a los viejos recordando la fiesta. Todos esos momentos borrados, los rituales que se habían perdido, aparecen vívidos, con detalles. Y nosotros escuchamos, como niños.

* Publicado en la revista Hildebrandt en sus trece Nro 373

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