Comandante Che Guevara: Presencia urgente

Antonio Peredo Leigue / Mariátegui
14/10/09


Hoy es 8 de octubre: Día del Guerrillero Heroico. “Me recuerdo en esta hora de muchas cosas, de cuando te conocí en casa de María Antonia, de cuando me propusiste venir, de toda la tensión de los preparativos”. ¡Cuántos leyeron esta carta tan sencilla y profunda! ¡Cuántos más la estudiaron, unos para encontrar enseñanzas y otros para buscar falsedades! Soy de los primeros, de quienes encontramos lecciones de vida, de consecuencia, de dignidad y respeto, de modestia y dedicación. Leída por Fidel en 1965, cuando anunció la formación del Partido Comunista Cubano y su Comité Central, esa carta recorrió el mundo sobre los ijares de Rocinante.

Su despedida nos acicateó permanentemente, porque es un llamado a la lucha. Es una declaración que no tiene precedentes. El Che le había advertido a su nuevo amigo, Fidel Castro, la noche aquella en casa de María Antonia, que lo acompañaría y lucharía por la libertad de Cuba y, después, volvería a tomar los largos caminos de nuestra América, para seguir esta lucha. Así fue, pese a que ostentaba cargos de alta responsabilidad, no obstante que era reconocido como cubano de nacimiento, mordiendo su amor por su esposa y por sus hijos. Y fue al Congo, porque allí se peleaba entonces contra los asesinos de Patrice Lumumba. De allá volvió, porque nada podía hacer y porque su decisión, en realidad, se asentaba en esta región.

Llegó a Bolivia y, con su sangre, nos dejó su herencia de combate y de heroísmo. Recogimos sus lecciones: aquello que se destina a cuatro no puede ser arrebatado por una persona; si tomas algo porque lo necesitas, debes pagar su valor; defiende la vida de tu compañero hasta con tu propia vida y no lo dejes abandonado; prepárate para el futuro y hazlo en cualquier circunstancia; has todo en servicio de los demás sin esperar que hagan algo para ti. Esa es la ética revolucionaria que nos enseñó.

Pero nos dejó reflexiones de una profundidad incontestable: al enemigo no hay que darle ni un tantico así. Quien crea que aquella sentencia es despectiva para con sus semejantes, no ha comprendido al Che. La historia nos dice que ese no es el propósito. En el Diario que escribió en Bolivia, una y otra vez, encontramos al Che, respetando al enemigo, curando sus heridas, prefiriendo perder un vehículo por no detenerlo a tiros. La frase tiene un alto contenido doctrinario. Lo señala cuando critica a los dirigentes de la Unión Soviética, que se adaptaron a la contabilidad capitalista, que comerciaron en términos del mercado hasta con sus aliados, que amoldaron la estructura del Estado a las formas del imperio. En ese sentido, nos decía el Che, no hay que darle ni la menor chance, porque nos destruirán sin miramientos. Y así ocurrió en los años ’90, ¿lo recuerdan?

Nos dijo, en su Mensaje a la Tricontinental: No se trata de desear éxitos al agredido, sino de correr su misma suerte; acompañarlo a la muerte o la victoria. Y, en Bolivia, su lucha fue de victoria o muerte. Aunque no es cierto que hubiese muerto porque, por la puerta de la escuelita de La Higuera, el Che salió a la eternidad. Pero la enseñanza que nos dejó es de una lealtad de principios, que no se puede medir en tiempo ni espacio, en favores ni intercambios, en simpatías u obediencias. Es la lealtad de los hombres íntegros que señalan un camino, una conducta inalterable, sin importar los sacrificios, sino la solidaridad como doctrina.

Esas y muchas otras lecciones normaron nuestra vida. La recompensa está en estos días. En este tiempo de presencias urgentes. Porque nos urge la presencia de Tupaj Katari previendo el futuro: volveré y seré millones. Nos urge la presencia de Zárate Villca, sabiendo claramente que el enemigo es el tirano que huye lo mismo que el otro proclamando democracia, aunque su preocupación es estar bien con los grupos de poder. Nos urge la presencia del Che, diciéndonos: En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte, bienvenida sea, siempre que ese, nuestro grito de guerra, haya llegado hasta un oído receptivo, y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas.

Y sus armas fueron el fusil, con el combatió tantas y tantas veces. Pero también ha sido y sigue siendo su claro pensamiento que tomó lo mejor de sí mismo, consciente de que asumía una responsabilidad siempre más alta. Es así como se despide de Fidel: Digo una vez más que libero a Cuba de cualquier responsabilidad, salvo la que emane de su ejemplo. Que si me llega la hora definitiva bajo otros cielos, mi último pensamiento será para este pueblo y especialmente para ti. Que te doy las gracias por tus enseñanzas y tu ejemplo al que trataré de ser fiel hasta las últimas consecuencias de mis actos. Por eso es que, el Che, se quedó con nosotros, con esa indeclinable responsabilidad del revolucionario, que es el escalón más alto del ser humano.

Te queremos, Comandante, siempre a nuestro lado.

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