Honduras: La solución no se define en Washington


Antonio Peredo Leigue / Mariátegui
Foto: Associated Press
13/09/09


El presidente Manuel Zelaya logró que, el gobierno norteamericano, comience a recortar la ayuda económica al régimen usurpador de Micheleti. Él respondió que impondría políticas de austeridad para continuar al mando del país, hasta que se realicen las elecciones de noviembre. La pregunta real es, ¿quiénes sostienen la tozudez de los golpistas hondureños?, porque la cúpula militar, la mayoría parlamentaria y el poder judicial locales no tienen el peso suficiente para hacerlo. Es más: teniendo a todo el pueblo en contra o, al menos, la mayoría abrumadora, la ecuación social está en contra de ellos.

Zelaya fue llevado al gobierno por el mismo partido que hoy se alinea detrás de Micheleti. Pero, las cualidades personales de aquel, lo llevaron a entender que era urgente buscar soluciones a la extrema pobreza de los 8 millones de habitantes de Honduras. La vieja política de depender de los créditos y programas estadounidenses no resultaba a favor de los sectores marginados; era provechosa para los grupos de poder. Zelaya se atrevió a entrar en acuerdos con Venezuela y, luego, integrarse al ALBA. El paso siguiente era consecuente con esa política: la participación popular que sólo podría darse cambiando la Constitución Política del Estado, para lo que se requería convocar a una Asamblea Constituyente. El anuncio de que se haría una consulta previa para saber si la mayoría estaba o no de acuerdo en convocar a referendo con ese propósito colmó de indignación a los grupos de poder.

La reacción de los poderosos no podía esperar. Mintiendo descaradamente que Zelaya pretendía reelegirse, los mandos militares se amotinaron y los jueces se apresuraron en proteger al uniformado rebelde. A renglón seguido, violando su domicilio, lo sacaron con violencia y lo trasladaron a Costa Rica donde, en ropa de dormir, denunció las características del golpe de estado. Todo esto es historia conocida, pero vale la pena repetirlo, pues ahora parece que la legitimidad de los golpistas está reconocida por más de un gobierno. No otra cosa supone que se hagan conversaciones, diálogos y propuestas de solución que, por supuesto, son rechazadas por Micheleti y los suyos.

Zelaya es reconocido como jefe de gobierno en todos los países donde va en su ya largo peregrinar, buscando soluciones que no lleven al enfrentamiento. No parece tener resultados. Hay promesas, pero no hay acciones. ¿Se recortará toda la ayuda económica a ese gobierno? Incluso puede ocurrir que, ni siquiera esa medida sea efectiva. Habrá que recordar el caso Irán-contras que, pese a ser un escándalo internacional, permitió a los halcones del Pentágono actuar en contra de las disposiciones del gobierno y del Congreso. Cuando se juzgó al principal responsable de esa maniobra, los jueces lo liberaron de culpa. Puede ocurrir lo mismo ahora.

Una sola, ninguna otra, es la senda de solución: el pueblo hondureño debe decidir y, para asumir ese derecho, tendrá que conquistarlo con una movilización que, finalmente, arrincone a los golpistas.

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