Argentina: Dice la clase política: Todos de acuerdo, basta de escraches

Prensa de Frente / Mariátegui
30/04/10


La metodología del escrache, surgida en los ’90 de la mano de la agrupación HIJOS para señalar los lugares donde vivían y viven los genocidas de la última dictadura militar, es usada constantemente como forma de denuncia por parte de los más variados sectores del campo popular. La derecha y los ruralistas han intentando, con poco éxito, apropiarse de esta iniciativa popular. Lo que no deja de sorprender es como el oficialismo y la oposición, es decir el pleno de la clase política, y aún los periodistas más repudiados y señalados, coinciden en condenarla como metodología.

La pegatina anónima contra los periodistas voceros del establishment, en su mayoría vinculados al Grupo Clarín, y el venidero “Juicio ético a periodistas cómplices de la dictadura”, organizado por Madres de Plaza de Mayo, reinstalaron nuevamente una ofensiva contra los escraches. Pero los pataleos y las resistencias de la clase política a ser señalados por sus actos, se da desde hace tiempo y abarca al conjunto del funcionariado, tanto del oficialismo como de la oposición. Tras la crisis de 2001, la dirigencia de los partidos mayoritarios parece contar en el haber de la recobrada “normalidad” institucional, la desaprobación de ese tipo de acción directa.

En octubre del año pasado, fue el turno del senador nacional por Jujuy y titular del radicalismo, Gerardo Morales. El legislador fue escrachado en su provincia natal. En esa oportunidad el alineamiento de la oposición de derecha fue inmediato, aunque no faltaron voces del oficialismo en la novela; con foco en la Organización Barrial Tupac Amaru comenzó una mini caza de brujas que se extendió rápidamente sobre el conjunto de las organizaciones sociales, señaladas a partir de ese momento por la derecha neoliberal como grupos satélites y patotas rentadas, funcionales a cualquier signo político. Incluso de la existencia de “bandas armadas” habló una siempre ligera de lengua Elisa Carrió.

El resultado fue el inverso al buscado: hoy la dirigente de la Tupac, Milagro Sala recoge opiniones favorables desde sectores que antes ni siquiera la conocían.
Aquellos argumentos de Morales y Carrió se rozan con los vertidos por las primeras líneas del oficialismo, con el jefe de Gabinete Aníbal Fernández a la cabeza, desde donde se sostiene que con un estado fuerte las organizaciones populares no tienen razón de ser. Otros, también desde el kirchnerismo, aseguran que los escraches servían como última herramienta cuando “no había justicia” y ahora los catalogan de “fascistas”.

Más acá en el tiempo, y con idéntica cobertura mediática, la presentación en la Feria del Libro de las memorias de la médica cubana, Hilda Molina, tuvo que ser suspendida por la irrupción de medio centenar de militantes solidarios con Cuba, que le aguaron la fiesta con cantos y volantes, cuando se proponía hablar sobre su autobiografía “Mi verdad”. En ese libro Molina hace lo que hace cuando se presenta en todos los medios financiados desde Miami, disparar sus diatribas anticomunistas contra el pueblo y el gobierno de Cuba. Desencajada, la cubana arremetió contra la embajada su país, al tiempo que, con visible histeria paranoide, sostuvo que todo estaba fríamente digitado por los agentes de inteligencia cubanos que la persiguen a diario.

Justamente, uno de los canales “gusanos” de nuestro país, cuyo titular es un “exitoso empresario” menemista que ahora trabó acuerdos con el ministro de Planificación, Julio De Vido, por alguna razón queda ausente de los escraches oficiales. Inclusive quien hasta no hace mucho presentaba noticias en ese mismo canal, junto a esa ardilla fascista llamada Eduardo Feinmann, ahora dicta cátedras de ética progresista desde los programas del neokirchnerista estrella de la autoconvocatoria, Diego Gvirtz.

Pero si de fábulas y paranoias se habla, el actor que se lleva los premios es el ex senador Eduardo Duhalde. En sus fallidos intentos por instalarse como candidato presidencial, lanzó su recorrido por diferentes partes del país donde no fue recibido precisamente como lo esperaba. El derrotero comenzó en octubre del año pasado, en el mismo lanzamiento de su nueva fuerza política, el Movimiento Productivo Argentino - MPA, cuando se proponía a realizar un acto en el Jockey Club de la ciudad de La Plata. Más de 300 militantes de diferentes organizaciones políticas y sociales coparon el salón donde se llevaría a cabo la conferencia, denunciando la responsabilidad del ex gobernador bonaerense en los asesinatos en el Puente Pueyrredón en 2002, cuando era presidente interino.

A partir de ese día sus presentaciones públicas fueron suspendidas o debieron hacerse rodeados de policías en Luján, Lanús, Quilmes y la semana pasada en la ciudad de Rosario. La respuesta de Duhalde frente a la condena social que genera su absoluta impunidad en la represión del 26 de junio de 2002, y los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, no fue una sorpresa. El creador de la mejor policía del mundo señaló que quienes lo escrachan no son más que “cooperativas de la Secretaria de Inteligencia del Estado”.

Lo cierto es que oposición y oficialismo, salvo excepciones, avanzan en los intentos de deslegitimar un método de condena social que saben, persigue y sostiene en el tiempo reclamos sobre actuaciones y causas que como clase política y para no pisarse el poncho, prefieren olvidar aun cuando se señale a sus más enconados adversarios públicos.

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