La profundidad de "Todas las Sangres" de José Maria Arguedas


Carlos Angulo Rivas / Mariátegui
13/01/11


Escribo esta nota conmemorando el centenario del nacimiento (18 enero, 1911) de José Maria Arguedas, antropólogo, escritor y poeta, uno de los más destacados exponentes de la literatura peruana, a la par de César Vallejo, poeta universal. Su obra completa muestra la sensibilidad del hombre educado en la atmósfera de dos culturas contrapuestas y enfrentadas. Su literatura supo expresar con profunda intensidad el alma indígena de los Andes. La identificación del autor con la realidad de la comunidad (el ayllu) como ente organizativo, evidencia una íntima comprensión en cuanto a la primitiva crueldad del abuso; asimismo, esta agudeza se manifiesta en los relatos sobre el trabajo colectivo, la mitología, la música, los bailes, las costumbres y las celebraciones. La riqueza de las descripciones y la visión de la compleja existencia del mundo indígena después de la conquista, la colonia y la república criolla, lleva a mostrar un conflicto aún no resuelto en conexión a la edificación de la nación peruana.

Desde sus primeros pasos narrativos, Arguedas comenzó a vivir una lucha interior donde se advierte el conflicto social de dos universos inhumanamente encontrados: la predominancia de los terratenientes, los gamonales, los principales (mistis) y las autoridades sobre los indígenas de las comunidades, pueblos y aldeas. El odio hacia el mundo indígena sobresale con nitidez en los relatos de la vida de las haciendas y aldeas de la sierra central, ahí el sufrimiento resignado de los indígenas es desgarrador, por el mismo hecho de ser no sólo un acto de discriminación hacia ellos sino de exaltada superioridad racial. Cabe destacar aquí el uso del bilingüismo (castellano-quechua) y el aprovechamiento de la expresión literaria vernácula del Perú, una búsqueda permanente del autor en su narrativa lírica, poética y épica. Su primer libro publicado en 1935 agrupa tres cuentos bajo el título de Agua y ya desde entonces se observa ahí el lenguaje fantaseado e ingeniado de sintaxis rítmica quechua y vocabulario propio de ese idioma injertado en el castellano, a manera de representar el mundo indígena inocente, impresionable, tierno y solidario soportando la violencia de los “blancos.”

A diferencia del naturalismo clásico de Ciro Alegría (El mundo es ancho y ajeno, Los perros hambrientos, la serpiente de oro) y de otros latinoamericanos como Eustaquio Rivera, Rómulo Gallegos, Mariano Azuela, el realismo de Arguedas es conmovedor, trágico y patético, producto de su inmenso amor a la cultura indígena y de su lucha para defenderla de la invasión depredadora de una “civilización” despreciativa, ilegal y abusiva. En Yawar Fiesta (Fiesta de Sangre), entrega como cuento en 1937, luego como novela en 1941, el autor describe no sólo la fiesta de la corrida de toros y el cóndor sino aprovecha la celebración cardinal del día nacional, 28 de julio, para expresar el deseo de redimir a los comuneros indígenas de sus paupérrimas condiciones económicas y sociales, haciendo ver que ellos tienen sus propias normas y leyes de convivencia; y también para defenderlos de la paulatina usurpación de sus tierras. Las tempranas experiencias vividas de niño en medio de los ayllus le sirvieron para el aprendizaje del quechua de primera mano y para conocer de cerca la violencia ejercida por los patrones en ese conflicto indígenas-señores, que se verá en sus obras posteriores reforzadas por sus estudios de antropología.

En Los ríos profundos, novela de 1958 y de la cárcel El Sexto de 1961, las interpretaciones concebidas son autobiográficas. En ambas novelas, la violencia de la sociedad peruana domina los escenarios y el propio autor se pone a prueba desde la infancia en el colegio, en su encuentro con la ciudad capital del imperio Inca, en su participación en las revueltas indígenas y hasta en el descubrimiento atormentado de la sexualidad. Igual la violencia inaudita de por sí se manifiesta en Diamantes y Pedernales. Pero es con “Todas las Sangres” donde José María Arguedas va al reencuentro con el dilema social más amplio, el que abarca el asunto de la tenencia de la tierra y las transformaciones económicas, políticas, sociales y culturales, que pretenden violentar las relaciones entre la metrópoli y los Andes. La dicotomía entre la modernidad que avanza y la subsistencia del mundo feudal, se interpreta a través de una familia de latifundistas en un trance narrativo ambicioso de balance de modelos de desarrollo, de vida, de tradiciones, de principios guías convertidos en leyes naturales y sobre todo del trabajo comunitario, herencia de un colectivismo no aceptado por la burguesía nacional en la configuración de la sociedad peruana. Arguedas posee en esta novela una fuerza de optimismo que, inclusive, lo aproxima a una imagen social comunitaria dentro del avance de la modernización, elevando el problema del indio tratado por Mariátegui a problema nacional adscrito a la teoría de las naciones en desarrollo dentro de un propio país.

La última novela de Arguedas, El zorro de arriba y el zorro de abajo, no concluida en vida, desarrollada en el ambiente pesquero frenético y caótico del puerto de Chimbote, y muchos de sus cuentos, ensayos, poesía y relatos cortos fueron publicados de manera póstuma debido al suicidio cometido por el escritor en noviembre de 1969. Un año antes de su muerte, con ocasión de recibir el premio Inca Garcilazo de la Vega, Arguedas en su discurso señaló lo siguiente como tarea cumplida: “La ilusión de juventud del autor parece haber sido alcanzada. No tuvo más ambición que la de volcar en la corriente de la sabiduría y el arte del Perú criollo el caudal del arte y la sabiduría de un pueblo al que se consideraba degenerado, debilitado o “extraño” e “impenetrable” pero que, en realidad, no era sino lo que llega a ser un gran pueblo, oprimido por el desprecio social, la dominación política y la explotación económica en el propio suelo donde realizó hazañas por las que la historia lo consideró como gran pueblo: se había convertido en una nación acorralada, aislada para ser mejor y más fácilmente administrada y sobre la cual sólo los acorraladores hablaban mirándola a distancia y con repugnancia o curiosidad. Pero los muros aislantes y opresores no apagan la luz de la razón humana y mucho menos si ella ha tenido siglos de ejercicio; ni apagan, por tanto, las fuentes del amor de donde brota el arte. Dentro del muro aislante y opresor, el pueblo quechua, bastante arcaizado y defendiéndose con el disimulo, seguía concibiendo ideas, creando cantos y mitos. Y bien sabemos que los muros aislantes de las naciones no son nunca completamente aislantes.”

La imagen literaria de Arguedas con su obra completa, cargada en un primer momento de impaciencia y rebeldía se nutre luego de razonamiento político-filosófico y de una encrespada aparente confusión, se consuma mediante lecturas imprescindibles como él mismo destaca en el discurso citado: “Fue leyendo a Mariátegui y después a Lenin que encontré un orden permanente en las cosas; la teoría socialista no sólo dio un cauce a todo el porvenir sino a lo que había en mí de energía, le dio un destino y lo cargó aún más de fuerza por el mismo hecho de encauzarlo. ¿Hasta dónde entendí el socialismo? No lo sé bien. Pero no mató en mí lo mágico.”


*Poeta y escritor peruano.

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