Libia y la contrarrevolución de las redes sociales


Carlos Fonseca Terán* / Mariátegui
25/02/11


Trípoli.- Quienes rechazan las ideas revolucionarias o las falsifican, son los primeros en llamar revolución a cualquier disturbio social que ocasione el cambio de un gobierno por otro. Algo distinto es que dichos disturbios lleven consigo la posibilidad de un cambio revolucionario, por remota que ésta sea. En ninguno de los sucesos actuales del mundo árabe, se perfila ni por asomo la posibilidad de un cambio en este sentido, es decir la sustitución de un sistema por otro que sea socialmente más avanzado, en gran medida debido a la inexistencia de organizaciones políticas con la capacidad objetiva de lograrlo y del liderazgo con las condiciones para ello.

Está bien que un pueblo se rebele contra un régimen opresor, tiránico y servil ante los intereses del imperialismo norteamericano. Pero también hay que poner bajo sospecha cualquier cosa que cuente con el aparente beneplácito de éste, tal como ha ocurrido en Túnez y Egipto, donde de forma aparentemente paradójica, los regímenes recién derrocados eran aliados de Estados Unidos. El imperialismo parece estarse deshaciendo de sus antiguos aliados dictatoriales en los países árabes al convertirse éstos en un estorbo para su objetivo de contar con el pretexto de la democratización occidentalizante en aras de su intervención en esa región del mundo y el saqueo de sus recursos energéticos. Se están manipulando los anhelos libertarios de los pueblos árabes, con la expectativa de que los fenómenos actualmente en marcha se extiendan a todo país donde haya un régimen considerado como dictatorial por la visión euro-anglocéntrica u “occidental” del mundo. Pero el interés norteamericano en los cambios del mundo árabe no está ni siquiera en función de esto, lo cual no es más que expresión de una coartada para terminar deshaciéndose de aquellos gobiernos que no responden a sus intereses imperiales, como Libia y Siria.

A Estados Unidos poco le importa sustituir a un monigote por otro en Túnez y Egipto, si esto le da la posibilidad de sustituir también un régimen revolucionario por un gobierno servil en Libia o posiblemente también en Siria. Y todo se está haciendo por la red social Facebook; es la contrafacebooklución, nueva variante de la estrategia global norteamericana: la redbelión lumpénica global teledirigida, cuya carne de cañón son lúmpenes exaltados, avanzadilla de la decadencia cultural y civilizatoria occidental. El truquito consiste en revueltas aparentemente angelicales contra regímenes despóticos y absolutistas al servicio de los intereses imperialistas (Túnez, Egipto, Marruecos, Bahrein, Yemen, quizás – y ojalá – Arabia Saudita) a cambio de que ocurra lo mismo con gobiernos hostiles a dichos intereses (Libia, Siria), pero sustituyéndolos a todoscon gobiernos tan subordinados a Estados Unidos como los derrocados en Túnez y Egipto.

Sacar a la calle a una buena parte de quienes adversan a un gobierno es cuestión de método y circunstancia; el método: la increíble facilidad de comunicación en el mundo electrónico de hoy; la circunstancia: una suma de inconformidades por la razón que sea en un momento dado, que casi siempre existe, con democracia o sin ella. Se trata de una circunstancia latente en espera de un método catalizador. Y una gran cantidad de gente en la calle le da legitimidad a cualquier cosa; incluso, si a alguien le sirviera de algo y se propusiera sacar a la calle a todos los ladrones, homicidas y violadores de cualquier país con más de diez millones de habitantes, tendría decenas de miles de personas garantizadas; pero eso evidentemente, no sería representativo de ningún pueblo del mundo.

Sin que se trate del caso de Egipto, por supuesto, el ejemplo anterior tiene que ver con un problema cuantitativo que sí es aplicable a dicho país, donde aún tomando como ciertas las informaciones que daban cuenta de un millón de personas en la plaza Tahrir, esto equivaldría aproximadamente apenas al 1.72% de la población votante en Egipto y al 1.2% de su población total. Si se toma como referencia la cifra según parece más realista de 300,000 personas reunidas en dicha plaza, esto equivaldría al 0.52% de la población votante y el 0.36% de la población total de ese país, cuya población es de 83 millones de habitantes y su población votante, de alrededor de 58,100.000.

En cualquier caso, aunque es una minoría muy activa no se le puede necesariamente conferir una representatividad mínimamente aceptable de la voluntad de todo el pueblo egipcio; sin pretender con esto entrar a hacer valoraciones acerca de si las manifestaciones que allí ocurrieron fueron o no auténticamente populares. A fin de cuentas, todos los cambios políticos o sociales que se dan producto de la participación masiva del pueblo tienen la característica de que sus protagonistas siempre constituyen una minoría, pero muy activa. Aquí solamente se pretende alertar en el sentido de que la representatividad popular de acontecimientos de este tipo no es algo objetivamente verificable – como sí lo fueron las elecciones que en Argelia y en Gaza ganaron, en su momento, las fuerzas fundamentalistas islámicas y que sin embargo, fueron moralmente anuladas de forma abusiva y nada democrática por todo el mundo occidental que ahora aplaude lo que sucedió en Túnez y Egipto –, además de que en un país puede tratarse de una auténtica rebelión popular y en otro no, pudiendo ser en cambio, un experimento de manipulación dirigido desde afuera; tal como podría ser el caso de Libia, donde es muy difícil concebir que esto suceda en vista de que el modelo allí vigente es de democracia directa, y donde además el líder principal del país no tiene cargo alguno al cual renunciar como respuesta a las que se pretenden presentar mediáticamente como demandas populares.

En Libia la situación parece haberse salido de control en cierto modo por el nivel de respuesta del gobierno, no estando preparadas las fuerzas armadas y de seguridad para este tipo de situaciones, completamente inusuales en ese país debido a su régimen político, donde pueblo y gobierno han sido parte de una misma institucionalidad. Lo que allí se están dando no son manifestaciones, sino motines delincuenciales, saqueos, todo apuntando a la desestabilización.

Si algo va quedando cada vez más claro es que existe un interés deliberado, un plan orquestado y dirigido por Washington cuyo objetivo es desestabilizar a los países cuyos gobiernos no le son afines, y en aras de dar legitimidad a los sucesos vinculados con dicho plan el imperialismo no duda (como siempre) en deshacerse de aliados que se han vuelto incómodos en vista de los pretextos “democratizadores” utilizados para dicha desestabilización (así paga el Diablo a quien bien le sirve).

A diferencia de Túnez y Egipto, en Libia no existe un régimen cuya actuación se subordine a intereses externos, y seguramente ese pueblo revolucionario (que institucionalmente es a la vez gobierno) resistirá hasta las últimas consecuencias, por alto que sea el costo político a pagar. Allí tiene pocas posibilidades el escenario de un derrocamiento del gobierno, y en el peor de los casos es más probable una guerra civil – siempre que la oposición cibernéticamente fabricada por el imperialismo sea provista por éste de la suficiente capacidad bélica – o como ya alertó Fidel Castro, una intervención armada de la OTAN (entiéndase de Estados Unidos). No puede descartarse, sin embargo, que las famosas ciber-“revoluciones” tengan como resultado una mayor cantidad de regímenes de derecha en la región islámica, incluyendo la sustitución de dictaduras militares pronorteamericanas por regímenes civiles y “democráticos” igualmente pronorteamericanos. En el caso de Egipto, una muestra del control de la situación por Estados Unidos fue el comportamiento de las fuerzas armadas, cuya imagen fue lavada hábilmente mediante su aparente neutralidad en el conflicto, como reserva moral del régimen que logró sobrevivir a la debacle tomando el mando con cero costo político, tal como esperaban Estados Unidos y Mubarak.

Por todo lo antes dicho, llama la atención que cierta izquierda tradicionalmente escéptica (ahora bien cibernética, por cierto, y no escasa de elementos “ultra”) que siempre ha desconfiado de toda revolución triunfante, ahora se ponga de pronto tan eufórica por el derrocamiento de los gobiernos de Túnez y Egipto que evidentemente no representa cambio social alguno, y clame por el derrocamiento de gobiernos revolucionarios como el de Gaddafi en Libia.

Es más, aún aceptándosele en última instancia a esa “izquierda” la hipótesis peregrina de que los modelos venezolano, nicaragüense e incluso, ni siquiera el cubano sean revolucionarios o vayan hacia el socialismo; aún en ese caso extremo estaría fuera de toda discusión que por lo menos, estos modelos tienen más que ofrecer en términos de cambio social, que los regímenes resultantes de los sucesos en Túnez y Egipto; pero mientras esa izquierda de salón cibernético rechaza el modelo socialista cubano y el rumbo bolivariano, sudamericano y sandinista al socialismo, celebra los triunfos “revolucionarios” en los dos países mencionados.

El éxito inicial de la casi evidente maniobra imperialista contra el régimen popular y revolucionario en Libia constituye una muestra de que tan insuficiente es el partido en el poder político sin un poder ciudadano plenamente desarrollado y asumiendo su rol dentro del modelo de la democracia directa, como un poder ciudadano instaurado y experimentado sin que el proceso cuente con la conducción política que sólo puede ser ejercida eficazmente por una organización cuyo contenido de trabajo esté definido por ese importante rol. Este último, es posiblemente el caso de Libia, donde es de esperarse sin embargo que a pesar de todo, el pueblo sepa defender sus conquistas bajo la conducción de Muammar Gaddafi, único caso en la historia hasta ahora, de alguien que ha renunciado a todos sus cargos manteniendo su liderazgo político intacto. Los revolucionarios libios seguramente no se amilanarán ante la avalancha mediática y la guerra psicológica del imperialismo, y sabrán responder con la efectividad requerida al actual reto que se les ha planteado.


* Militante nicaragënse, hijo del revolucionario asesinado por el Somozismo, Carlos Fonseca Amador

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