Perú: Significado de la votación del 5 de junio del 2011



Juan Cristóbal / Mariátegui
16/05/11


I

Para votar ese día, antes debemos de preguntarnos ¿qué es el Perú? Y no tardaremos, seguramente, en respondernos: el Perú -nuestro país- es un país bastardo, ilegítimo, entregado –desde la Colonia- a las grandes potencias y poderes externos e internos que lo han desarticulado, criminalizado, narcotizado y dominado, donde sus clases sociales antagónicas no solo se contraponen y detestan sino se odian y destruyen (en todo orden de cosas, incluso en el olvido). Donde no hay economía propia, ni sociedad, ni cultura, sino segmentos caóticos de todo ello. Donde el racismo, machismo, homofobia, los desencuentros milenarios, las rencillas de toda clase campean en sus umbrales, entrañas y linderos. Donde el desorden moral y la crueldad de sus instituciones es un absurdo banal, grosero y espeluznante. Donde su avaricia y mezquindad envejecen la existencia de los seres humanos. En síntesis, un país y sociedad donde el maltrato, el envilecimiento, la corrupción (palpable y espiritual) están a la orden del día, donde la esperanza y la conciencia parecen haberse esfumado y desaparecido para siempre.

¿Y quiénes pagan, desde siempre, esta bastardía, esta incruenta y perversa situación? Los inocentes, los que no tienen culpa, los que no tienen nada, los pobres, los explotados, humillados y marginales. ¿Se puede amar a un país así? Lamentablemente, sí. Lo comprobamos a diario.


II

Pero hay una candidata, Keiko Fujimori, que merece la siguiente reflexión.

Es verdad que nuestra patria, cuya historia social y política no es la más ejemplar de todas, sufrió, de manera casi enfermiza, a partir de los 90, el ejercicio del poder casi absoluto de un ingeniero agrónomo, Alberto Fujimori (padre de la candidata), en correspondencia con su asesor, el capitán Vladimiro Montesinos, que años antes había sido declarado “traidor a la patria” por las propias Fuerzas Armadas y que luego se convertiría en el más encumbrado corruptor del régimen, con el aval del ingeniero.

Ellos gobernaron el país cerca de una década como un enorme burdel, luego entraron en desgracia, especialmente por unos “vladivideos” que se conocieron a través de la TV, donde se destapó la enorme corrupción que existía no sólo en los diversos sectores políticos, comenzando por la cúspide del poder, sino también entre los empresarios, los dueños de los medios de comunicación social, el poder judicial, periodistas de todo mando y laya, intelectuales, sectores laborales, es decir, casi todo el tejido social del país. A esto habría que añadirle la conformación de grupos paramilitares, el más connotado el denominado “Colina”, (como un ejército de “macros”) que mataban a mansalva a sus opositores, sean ancianos, mujeres y niños, y a todo aquel que defendiese los derechos humanos de la población. Súmese también el terrorismo de estado (con las fuerzas armadas a la cabeza), el crimen organizado, desapariciones, matanzas, encarcelamientos, presiones psicológicas, en fin, todo tipo de decisión para imponer un poder brutal que odiaba la dignidad y la cultura rebajándolas al nivel de la inmoralidad, con la ayuda del terror.

Este clima social y político que vivía el país (y que continuó viviéndolo con algunos retoques hasta el presente) era desastroso. Suprimió derechos laborales, entregó nuestras riquezas naturales a las grandes empresas y consorcios transnacionales, encubrió mafias, saqueó sentimientos humanos, propició -vía el pragmatismo-, el cinismo, la crueldad y la cobardía, nos hundió, en buena cuenta, en la más horrenda miseria moral al ser tratados como sub-humanos, es decir, como decía Lezama Lima, “a la dolorosa reducción del yo a la nada”. Sentimos estoy seguro,, por todo ello, una profunda depresión y un gran escepticismo frente a todo lo que podía significar, confianza en el ser humano, esperanza o cambio social. Se sumaría a tal desesperanza la división de la izquierda y del campo popular, mientras el poder de la derecha se envalentonaba y hacía lo que quería. Comenzaron las traiciones de mucha gente socialista (visible y de la otra) que se pasó al fujimorismo y a la delación. El caso más notorio fue el del historiador Pablo Macera.

III

Este es, pues, el país que quisiéramos salvar y que nos enfrenta a dos fuerzas dispares, pero en algunos casos semejantes. Keiko significa todo lo que significó su padre. Y Humala, con todos sus retrocesos y retoques es un misterio. Y como todo misterio una posibilidad y esperanza. Que cada quien vote lo que su conciencia le diga y dictamine, pero ojo con la criminalidad artera. Pero también con el misterio. Lo que sí debemos es prepararnos para defender nuestros derechos, nuestros más absolutos derechos, de manera colectiva y organizada, desde el día mismo que vivimos hasta el día que tengamos que morir, que sea con la más tierna y generosa solidaridad. Este es el gran reto que debemos afrontar frente a los actuales candidatos.

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