De cuando Che Guevara reflexionaba sobre la Argentina


Análisis de su discurso conmemorativo del 25 de mayo de 1962

Emilio Marín / Mariátegui
07/10/11


Con motivo de cumplirse el 8 de octubre un nuevo aniversario de su asesinato en Bolivia, a manos de la soldadesca mandada por militares y espías norteamericanos, es oportuno rescatar al Che vivo y hablando de Argentina.

El 25 de mayo de 1962 la colonia argentina en La Habana era numerosa. Al triunfar la revolución cubana, había concitado gran simpatía de la militancia de izquierda marxista y de izquierda peronista, que iban y venían entre Buenos Aires y la isla.

Entre los primeros estaban militantes del Partido Comunista Argentino, que habían hecho las maletas para el Caribe como colaboradores; por ejemplo, educadores, ingenieros, arquitectos. También había militantes de izquierda independiente, muy solidarios con ese incipiente proceso revolucionario. En la colonia argentina había peronistas de avanzada, como John William Cooke, que habían bregado sin éxito para que Juan Domingo Perón decidiera radicarse allí.

Esos compatriotas decidieron conmemorar el 25 de mayo de 1962 con una fiesta típicamente argentina, en La Habana, con asado y empanadas. El “postre” sería un discurso del argentino más célebre en ese destino: Ernesto Che Guevara, quien aceptó muy entusiasmado dicha invitación.

El discurso de un joven Che, que tenía sólo 34 años de edad, fue conocido como “Carta del Che a los argentinos”. Y tuvo entonces una difusión relativamente amplia, no exenta de polémicas, como se verá. En 1999 se publicó el libro “Mensaje del Che a los argentinos”, del abogado Amalio Juan Rey (Narvaja Editor). El autor estuvo en esa celebración y relató los entretelones y algunas discusiones previas y sobre todo posteriores al discurso.

Según esa fuente, las alusiones del mensaje a la lucha armada en Argentina, aunque habían partido de la reivindicación de la formación del primer gobierno patrio en 1810 en Buenos Aires, habían caído muy mal entre los argentinos del PC. En cambio, en el cookismo y la izquierda independiente, así como en otros militantes del PC, tales observaciones habían sido bien recibidas.

Como suele suceder, el sector aludido en ese libro como refractario a las tesis guevaristas puso en duda que hubiera existido enojo alguno. Pero es probable que el contenido político de ese mensaje haya provocado polémicas en la comunidad argentina en La Habana. La prueba, contundente, es que ese fue el primero y último mensaje del Che en dicho evento. Después hubo otros asados y reuniones, pero allí no habló más. Y eso habría tenido que ver con que la primera experiencia no había resultado tan unificadora.

En esos años y en los que siguieron, de la década ´70, muchos análisis, incluso sobre temas históricos, generaban debates acalorados y se polarizaban las posiciones, con divisiones y alejamientos. Contrario a lo que se cree, ese no eran un gen argentino sino de la época. Unidad, lucha y unidad, hasta la próxima lucha…

Armas, monopolios y revolución

A diferencia de quienes quieren pintar al Che como un “descolgado” de la historia y de sus raíces, ese mensaje suyo se abrió con una reivindicación de los patriotas de Mayo. “No fue ese grito del 25 de mayo de 1810 ni el primero ni el único, sin embargo tuvo la virtud esencial de afianzarse y consolidarse”, elogió.

En su opinión, aquella gesta independentista comenzada en Buenos Aires era, proyectada en el tiempo, similar a la epopeya que ellos estaban protagonizando. “Aquí en esta pequeña isla del Caribe rodeada de enemigos, se vuelve a repetir la historia que Argentina una vez vivió”, comparó.

Para el orador, otro punto de comparación fue la necesidad de Mayo de extender la revolución en la lucha contra los colonialistas españoles en otras regiones de Sudamérica, y esa misma necesidad de la revolución cubana, de que “otros pueblos de América se llenen de bríos (…) en esta tarea que es de toda América y de la humanidad, la tarea de luchar contra el enemigo monopolista imperialista”.

Lo notable es que en el fragor de su discurso, el Che habló como argentino, usando la segunda persona del plural. Y así describió lo sucedido 152 años antes: “los ejércitos argentinos cruzaron los Andes para ayudar a la liberación de otros pueblos y cuando se recuerdan las gestas libertadoras siempre nuestro orgullo, más que el haber obtenido la libertad de nuestro territorio y haber sabido defenderlo de la intrusión de la fuerza realista, es el haber cooperado a la liberación de Chile y Perú, con nuestras fuerzas, con nuestros ejércitos”.

Los cubanos no tienen que sentirse incómodos por esta reivindicación “argentina” del Che. Está fuera de toda duda que él se graduó de comandante en Cuba, que su mejor aporte a la construcción del socialismo lo hizo allí y que en su carta de despedida a Fidel le dijo que -si le llegaba la última hora- su postrer pensamiento sería para él y su pueblo, que también era suyo.

Pero por eso mismo llama la atención ese Che “argentino” en esos pasajes de 1962. Está muy bien que Fidel Castro recupere y reflexione a menudo junto a José Martí, del mismo modo como el Che se paraba en esa ocasión muy cerca de Mariano Moreno y José de San Martín.

La línea divisoria

Guevara formuló esa noche pronósticos discutibles sobre la viabilidad de la revolución en nuestro país. La vio muy cercana, al punto de decir que “el advenimiento del poder revolucionario puede ser a muy corto plazo en cualquier país de América y concretamente en Argentina”.

En Buenos Aires no hubo triunfo de la revolución, pero el vaticinio no estuvo tan errado si se tiene en cuenta que en mayo de 1969, siete años después de aquellos dichos, comenzó en el país un auge de huelgas obreras y puebladas que abrieron un ciclo revolucionario. El mismo terminó aplastado a sangre y fuego, pero denotó que Guevara no hablaba de entelequias sino de posibilidades más o menos concretas.

Y así se llega a una parte muy importante del mensaje habanero de 1962: la formulación de que el enemigo de los pueblos es el imperialismo yanqui y los monopolios, y que la línea divisoria con tales enemigos debe unir, en el otro polo, a comunistas, peronistas, socialistas y demás patriotas.

La definición del blanco fue planteada así: “(en Cuba) todavía tenemos que luchar para liquidar viejas formas económicas que nos oprimen, para librarnos de todos los problemas que nos ha traído la dependencia de los capitales extranjeros, la dependencia fundamentalmente de los monopolios norteamericanos”.

Ese punto de vista antiimperialista es clave para entender el pasaje de la revolución cubana de su etapa democrática y popular, contra la tiranía de Batista, a otra propiamente socialista (etapas de la revolución que niegan los adherentes a “revolución permanente”).

Coherente con aquella visión, el Che planteó en aquel mensaje la necesidad unidad de un amplio frente popular. “Aún cuando uno se reconozca comunista, o socialista o peronista o cualquier otra ideología política en determinado país, solamente caben dos posiciones en la historia: o se está a favor de los monopolios o se está en contra de los monopolios”, arengó. Y concluyó esa parte de su discurso: “todos los que están en contra de los monopolios, luchamos al mismo tiempo por el aniquilamiento del imperialismo y todos somos aliados, aunque a veces tampoco lo sepamos, aunque a veces dividamos nuestras propias fuerzas en querellas internas, a veces en discusiones estériles, dejamos de hacer el frente necesario para luchar contra el imperialismo”.

El cierre del mensaje fue que los participantes de ese acto conmemorativo debían aprestarse a celebrar otro 25 de mayo “ya no en esta tierra generosa (Cuba) sino en la tierra propia y bajo símbolos nuevos, bajo el símbolo de la construcción del socialismo”.

Esto último no pudo ser. No fue. Y en buena medida ese fue el resultado de que lo planteado por Guevara no fue llevado a la práctica cabalmente por muchos compatriotas. No se profundizó ni se llevó hasta el final la lucha antiimperialista (“no confiar en el imperialismo ni un tantico así, nada”, supo decir él). Y sobre todo no se forjó la unidad antiimperialista que él preconizó, pues en muchas ocasiones se repitió ese mal contra el que advirtió, de las “querellas internas, a veces en discusiones estériles”.

Aunque no hubo revolución socialista en Buenos Aires, al Che le agradaría saber de todos los avances habidos en su país de origen y en los países integrantes del ALBA: Antigua y Barbuda, Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua, San Vicente y las Granadinas, y Venezuela. En este sentido no cayeron en saco roto sus palabras de premonitorias de 1962: “pensemos en la unidad indestructible de todo nuestro Continente, pensemos en todo lo que nos ata y nos une, y no en lo que nos divide, pensemos en todas nuestras cualidades iguales”.


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