Perú: La Memoria del Aire. Rosina Valcárcel es naturaleza viva


Winston Orrillo / Mariátegui
Foto: ANDINA
17/10/11


Inftigable creadora y ser humano excepcional –vida y obra se transfiguran- Rosina Valcárcel es uno de los paradigmas de la permanente creación poética de la entrañable mujer peruana.

No solo lirida de alto voltaje, sino antropóloga y maestra universitaria –y existencial- de toda la vida, la autora acumula una poética en la que se conjugan el amor por la criatura humana, la expresión denodada de una conciencia vigilante de nuestro tiempo y la más rica muestra de un universo amoroso que conjuga, precisamente, la “naturaleza viva”, título idóneo de su última entrega poética: (Colección Premio. Libro de Poesía Breve, 2010. Hipocampo editores).

El volumen, con idóneo texto de solapa,de Sandro Chiri, destaca la incoercible creación de nuestra autora, en la que se “reinventa y recrea el mundo poblado de abismales e injustas distancias con decibeles suficientemente adecuados para oir su corazón”, (su bello corazón inabarcable, añadimos nosotros).

El amor, a la pareja, al mundo, al otro, nimba el universo de “Naturaleza viva” y nos obliga a una constante relectura, para ingresar a la entraña de unos versos en los que la criatura humana recibe un canto permanente de homenaje.

La belleza es un himno inexhaustible. Para muestra este botón: “Como muchas epístolas te envío esta botella al mar/para que celebres/con la otra/vida/tu niebla/tu/sol/que me llegan cadenciosos/como el trotar del caballo de la muerte”.



O este otro: “La puerta/no podrá/leer la señal en tu frente/Así te reconocía maldito y puro/Lima se abre como una alcachofa/Y no está mi cuerpo en tu lecho”.

Detrás del tsunami de la pasión, siempre el conflicto, vale decir la vida auténtica, la cuestionada estabilidad inestable de la existencia.

Realizada, escribe con una voz madura, sabia, desde el primer texto, dedicado a la hoy universal Frida Khalo, y que da, precisamente, título ad hoc al volumen: “Naturaleza viva”: “Algo de Diego, algo de Dios./El paisaje del amor no tenía precio ni horario./Bajo el arcoiris de Tenochtitlán/el auténtico paisaje nacía de tus manos azules/*y el silencio./Tardes de primavera en el D.F./y las fotos sepias de mis padres aúllan en algún rincón”.

Diestra en el manejo de la metáfora, sus lampos de belleza estremecedora entrecruzan el volumen y nos transmiten ese halo de calosfrío de la verdadera poesía: “Dejo agonizar mis manos de azufre sobre esa ciudad”. “El arpa de la noche estira una mano de ángel”.”La lluvia tibia posee las manos pardas/y el corazón desnudo es una navaja”. “Mis amigas con talle de árbol bajo la sombra del cielo/No perdieron la poesía del dátil ni el verso de fuego”.

Y como substrátum su estética: “La belleza es misterio y convulsión,/anuncia catástrofes y odiseas”

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