El fascismo es la guerra


Jorge Dimitrov/ Mariátegui
29/12/11


Escrito: 18 de Julio de 1937
Primera Edición:J. Dimitrov, Obras Completas, Editorial del PCB, 1954
Digitalización: Aritz
Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2000

Cuando hace dos años, en agosto de 1935, el VII Congreso de la Internacional Comunista analizaba la situación internacional, buscando los caminos y los medios para la lucha de la clase obrera contra la ofensiva del fascismo, señaló el nexo indisoluble que existe entre la lucha contra el fascismo y la lucha por la paz. El fascismo es la guerra, declaró el Congreso. El fascismo, después de subir al poder, contra la voluntad y los intereses de su propio pueblo, busca una salida a las dificultades internas, cada vez mayores, que le acosan, en la agresión contra otros países y pueblos, en un nuevo reparto del mundo, mediante el desencadenamiento de la guerra mundial. La paz es, para el fascismo, el hundimiento seguro. El mantenimiento de la paz internacional da a las masas eclavizadas de los países fascistas la posibilidad de acumular fuerzas y prepararse para derribar la odiada dictadura fascista y permite al proletariado internacional ganar tiempo para lograr la unidad de sus filas, para establecer el frente común de los partidarios de la paz y para levantar una barrera infranqueable contra el desencadenamiento de la guerra.

Cuando el VII Congreso caracterizó al fascismo como promotor de la guerra, señalando el peligro creciente de una nueva guerra imperialista y la necesidad de crear un potente frente único de lucha contra el fascismo, hubo no poca gente, incluso dentro del movimiento obrero, que no se recató en decir que nosotros, los comunistas, asignábamos al fascismo ese papel e hinchábamos el peligro de una guerra, pura y simplemente, porque así convenía a nuestros designios de propaganda. Unos lo hacían conscientemente en interés de las clases dominantes, otros, porque su miopía política no les permitía ver más allá. Pero los dos años transcurridos desde entonces han demostrado con harta elocuencia cuán absurdas eran esas imputaciones. Hoy, tanto los amigos, como los enemigos de la paz hablan ya abiertamente del peligro inminente de una nueva guerra mundial. Y nadie, que esté en su sano juicio, duda tampoco que los promotores de la guerra son precisamente los gobiernos fascistas. En algunos países, la guerra es una realidad. Hace ya un año que los invasores italianos y alemanes hacen la guerra al pueblo español, a la vista del mundo entero. Y, después de haberse anexionado la Manchuria, las tropas fascistas japonesas vuelven a atacar al pueblo chino y libran ya en el Norte de China una nueva guerra.

Manchuria, Abisinia, España, el Norte de China son otras tantas etapas hacia la nueva guerra de rapiña del fascismo. No se trata de actos aislados. Los agresores fascistas y los incendiarios de la guerra forman un bloque: Berlin-Roma-Tokio. El tratado “anti-Comintern” germano-japonés –que es, como se sabe, de hecho, un tratado de carácter militar, al que se ha adherido también Mussolini- se aplica ya en la práctica. Bajo la bandera de la lucha contra el Comintern, contra el “peligro rojo”, los conquistadores alemanes, italianos y japoneses se esfuerzan por ocupar, mediante guerras parciales, posiciones militares estratégicas, nudos de comunicaciones terrestres y marítimas y fuentes de materias primas para la industria de armamentos que les permitan desencadenar la nueva guerra imperialista.

No hay que engañarse, esperando a la declaración formal de guerra, sin ver que la guerra está ya ahí. En su interviú con Roy Howard, en marzo de 1936, decía el camarada Stalin:”La guerra puede estallar en el momento menos pensado. Hoy, las guerras no se declaran. Comienzan, sencillamente”.

Los acontecimientos de estos últimos años confirman palmariamente la verdad de esta tesis. El Japón rompió las hostilidades contra China y se anexionó la Manchuria sin una declaración oficial de guerra; Italia no declaró la guerra al pueblo abisinio para atacarle y anexionarse su territorio, y Alemania e Italia pelean contra la República Española, sin haberle declarado la guerra.

Sabido es que los pueblos no quieren la guerra y que una serie de Estados no fascistas se hallan interesados, dentro de las condiciones actuales, en el mantenimiento de la paz. ¿En qué basan, entonces, sus cálculos los promotores fascistas de la guerra? Todas las experiencias, que hoy poseemos, después de la campaña de conquista de la pandilla militar nipona contra la Manchuria y del fascismo italiano contra Etiopía, indican inequívocamente que el bloque de los bandoleros, formado por los usurpadores del poder en Alemania, el Japón e Italia, aspira, para llevar a cabo sus planes de guerra, a lo siguiente:

primero, impedir una actuaci&oacuet;n conjunta de los Estados interesados en el mantenimiento de la paz;

segundo, evitar que se establezca la unidad de acción del movimiento obrero internacional, que se forme un potente frente único mundial contra el fascismo y la guerra;

tercero, fomentar el trabajo de zapa de los espías y agentes saboteadores en la Unión Soviética, que es el baluarte más importante de la paz.

En esto basan sus cá:lculos, fundamentalmente, los fascistas.

Y, en efecto, los agresores fascistas e incendiarios de la guerra trabajan con insistencia y de mutuo acuerdo en estas tres direcciones. Presionan a los Estados del Occidente de Europa, amenazando sus intereses territoriales. Preparan una agresión contra la Unión Soviética. Especulan ampliamente con la prudencia de los elementos gobernantes de Inglaterra, Francia y los Estados Unidos. Con la propuesta de llegar a un acuerdo entre sí respecto al saqueo de los pequeños Estados, de España y de China, intentan por todos los medios ganarse los favores de los conservadores ingleses y de una serie de personajes liberales y del Partido Laborista, para desligar a Inglaterra de Francia y de los demás países democráticos.

Presentando perspectivas tentadoras del mismo género, hacen esfuerzos increíbles por llegar a un acuerdo con los reaccionarios franceses, sobre la base de que Francia renuncie al pacto franco-soviético, con lo cual la Unión Soviética se vería aislada. Los Estados fascistas han abandonado la Sociedad de las Naciones con objeto de tener las manos libres para sus agresiones. Intimidan a los Estados débiles con amenazas de un ataque desde fuera y con la organización de conspiraciones y disturbios dentro. Los incendiarios fascistas de la guerra utilizan a los traidores y, especialmente, a los trotskistas, para una labor de zapa y de desorganización en las filas del movimiento obrero, para hacer fracasar el Frente Popular en España y en Francia. La reciente intentona de Barcelona ha demostrado bien claramente como los fascistas, que manejan los hilos de las organizaciones trotskistas, las utilizan para apuñalar al Frente Popular por la espalda. Y los actos de los adversarios de la unidad del proletariado internacional en las filas de la Segunda Internacional y de la Unión Sindical Internacional son aprovechados también magníficamente por los incendiarios fascistas de la guerra, que laboran diligentemente y reclutan agentes en todas partes.

La Unión Soviética se ha cruzado más de una vez en el camino de los planes bélicos de los agresores fascistas, con su política consecuente y resuelta de paz. Y se puede afirmar, sin incurrir en ninguna exageración, que hace ya mucho tiempo que la humanidad se habríha visto empujada a la más espantosa de las guerras, si la Unión Soviética no hubiese seguido su política tenza e inflexible de paz y si no hubiese existido su glorioso Ejército Rojo.

Pero, si los agresores fascistas tropiezan con la debida resistencia por parte de la Unión Soviética, que al proceder así, no obra solamente en interés del pueblo soviético, sino en interés de toda la humanidad trabajadora, no podemos decir lo mismo en lo que a los países de democracia burguesa se refiere. Aquí, nos encontramos –como lo demuestra claramente el ejemplo de España y China- con que los elementos dirigentes de los Estados occidentales no fascistas más importantes favorecen, directa o indirectamente, las intenciones del bloque fascista.

¿Acaso no fue favorecer a los incendiarios fascistas de guerra el tolerar que los militaristas japoneses se anexionaran la Manchuria? ¿Acaso no fue espolear al agresor fascista el hecho de no oponer una resistencia resuelta a la sangrienta campaña de Mussolini contra el pueblo abisinio? ¿Acaso toda esa farsa de la “No intervención” en los asuntos de España, que se está representando desde hace ya un año, bajo la dirección del gobierno inglés, acaso las negociaciones que se están llevando a cabo para el reconocimiento de Franco como “potencia beligerante” no son, de hecho, actos que alientan la guerra de los Estados fascistas contra la República española? ¿Acaso esa actitud benevolente para con los cínicos conquistadores del Norte de China no es el estímulo más indignante para la desenfrenada pandilla militar japonesa, que pretende esclavizar al gran pueblo chino? ¿Cómo los pueblos de Inglaterra, de Francia, de los Estados Unidos, los pueblos de los demás países no fascistas pueden contemplar tranquilamente estos hechos? ¿Cómo pueden tolerar que se siga esta conducta sistemática de condescendencia y aliento hacia la agresión fascista, que allana a los incendiarios fascistas de una nueva guerra mundial el camino para sus crímenes monstruosos?

A la luz de estos hechos, se ve todavía más claramente cuán enorme es la responsabilidad histórica que recae sobre los círculos y los dirigentes de la Internacional Obrera Socialista y de la Internacional Sindical de Ámsterdam que entorpecen obstinadamente el establecimiento de la unidad de acción del proletariado internacional, la aplicación de una política internacional conjunta y coordinada contra los incendiarios fascistas de la guerra por parte de las organizaciones del proletariado internacional y la formación de un poderoso frente internacional de la paz.

Cuando la pandilla militar japonesa se anexionó la Manchuria, ciertas gentes, que pretenden desempeñar un papel en el movimiento obrero, aseguraron a los obreros de sus organizaciones que la Manchuria estaba lejos, que aquella invasión japonesa no afectaba a los intereses del movimiento obrero internacional. Cuando las hordas militares fascistas de Mussolini aplastaron al pueblo abisinio, estas personalidades aseguraron que los acontecimientos de Abisinia no eran más que un conflicto colonial de tipo local y que el proletariado internacional no tenía por qué mezclarse en el asunto. Y cuando los agresores fascistas, envalentonados, atacaron a la República española y encendieron la guerra en la misma Europa, los dirigentes de la Segunda Internacional, después de largos meses de penosas vacilaciones, accedieron a celebrar una reunión conjunta con la delegación de la Internacional Comunista en Annemasse. Pero no para establecer prácticamente la unidad de acción de las organizaciones obreras internacionales, sino simplemente para reconocer la conveniencia de organizar acciones conjuntas, “siempre que sea posible”.

Desde entonces, la intervención fascista en España se ha agravado considerablemente. Y ahora, la nueva agresión de la pandilla militar japonesa en el Norte de China pretende, según los designios del Japó,n, crear un segundo Manchukúo y la base para seguir desarrollando los planes de conquista contra China.

¿No es evidente que, en estos momentos, en que el pueblo español concentra toda sus fuerzas para rechazar la agresión de los invasores fascistas y en que el pueblo chino se levanta contra la pandilla militar japonesa, que invade su país, las organizaciones obreras internacionales deberían unir, por fin, sus esfuerzos y actuar resueltamente y con toda energía y decisión en defensa de la paz internacional?

Hoy, la situación está planteada así: mantener la paz internacional significa, ante todo, conseguir la derrota de los conquistadores fascistas en España y en China. Hay que darles una buena lección; hay que hacerles comprender que el proletariado internacional y toda la humanidad progresista y civilizada no tolerarán sus usurpaciones y están dispuestos a hacer cuanto sea necesario para que no prosperen sus planes criminales de desencadenamiento de una nueva guerra mundial.

¿Es que la Internacional Obrera Socialista y la Unión Sindical Internacional van a seguir, a pesar de todo lo que ocurre, contentándose con hacer declaraciones y protestas verbales en favor de la paz, pero rehuyendo de hecho las tan necesarias acciones conjuntas de todas las organizaciones del movimiento obrero internacional? Estas acciones conjuntas de las organizaciones obreras internacionales, dentro de cada país y en el plano internacional, son las únicas, que pueden movilizar las fuerzas de la humanidad progresista en la lucha contra la guerra, cerrar el paso a los incendiarios e influir asimismo en la política oficial de los Estados no fascistas más importantes, para poner un freno a los agresores fascistas desbocados.

No se puede abogar seriamente por el mantenimiento de la paz internacional, sin adoptar, ante todo, cuantas medidas sean necesarias para establecer el frente único de la clase obrera en cada país y la unidad de acción de las organizaciones obreras internacionales. No se puede luchar seriamente por la paz, sin movilizar todas las fuerzas del movimiento obrero y de las grandes masas populares, para lograr que los invasores fascistas sean arrojados cuanto antes del suelo de España y de China.

La correlación entre las fuerzas de la guerra y las fuerzas de la paz en el año 1937 no es la mismaque en el año 1914. Desde entonces, se han operado cambios históricos muy grandes, de alcance mundial. En 1914, los imperialistas lograron empujar a millones de hombres al infierno de la matanza mundial, en circunstancias, en que no existía un potente Estado proletario con su Ejército Rojo, en que no había un Frente Popular en Francia y en España, en que el pueblo chino no estaba en condiciones de defender su independencia nacional, en que las masas populares no tenían la experiencia de la guerra imperialista y de la Gran Revolución Proletaria, en que la clase obrera internacional no contaba aún con una organización mundial como la Internacional Comunista.

El movimiento obrero internacional dispone de fuerzas y medios suficientes para lograr que cese la intervención del fascismo alemán e italiano en España, que se ponga fin a la campaña de rapiña de la pandilla militar japonesa en China y se asegure la paz internacional. Pero, para esto, es necesario que los medios y fuerzas formidables del movimiento obrero internacional se unan y se encaucen hacia la lucha eficaz e inquebrantable contra el fascismo y la guerra.


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