El Fascismo y la Experiencia Europea de Mariátegui


Mariátegui
27/05/13

Coinciden los historiadores en señalar que el origen del fascismo se sitúa en los marcos de la Primera Guerra Mundial. Sin ella, no se explicaría este fenómeno que conmovió profundamente a la humanidad a lo largo del siglo XX y que en nuestro tiempo amenaza -con diversas variantes- asomar otra vez, como la mitológica hidra de las mil cabezas.

Es claro que ese conflicto, ocurrido entre 1914 y 1918, envolvió a todas las potencias de la Europa de entonces, pero no resolvió, como lo esperaban sus auspiciadores, la grave crisis del sistema de dominación capitalista. Por el contrario, mantuvo más bien virtualmente intactas  las instituciones y las  fuerzas que le dieron origen.

Por lo demás, incentivó el nacionalismo extremo, la xenofobia y la violencia que cobró fuerza en las capas medias de la sociedad europea y en los sectores más pauperizados del lumpen del  proletariado. Italia fue uno de sus escenarios germinales.

En la península, desde un inicio estas fuerzas, organizadas y alentadas por el Gran Capital, volcaron su ira contra los trabajadores y los sindicatos, a los que consideraron un segmento privilegiado de la sociedad por el relativo bienestar material que habían alcanzado en materia de salarios y condiciones de trabajo. 

La Revolución  Socialista de Octubre, en 1917 alteró el pulso de los poderosos. La caída de Nicolás y el derrumbamiento de la autocracia zarista, asomó en ese entonces en las grandes capitales de Europa como una amenaza para los explotadores. Ellos percibieron que los cañonazos del Crucero Aurora anunciaban el nacimiento de una sociedad de nuevo tipo en el que sus privilegios estarían en peligro. Aterrados, recurrieron al fascismo.  

La ofensiva contra los pueblos adquirió desde un inicio diversas formas, pero se expresó sobre todo en un ataque desplegado contra los salarios de los obreros, en una exigencia para aumentar la jornada de trabajo y volcar el peso de la crisis sobre los hombros del proletariado. El fascismo apareció así desde el comienzo como una herramienta del Gran Capital, contra los pueblos.

No se impuso, sin embargo, en forma instantánea o inmediata, ni fue producto de un solo acto. Ocurrió a partir de un largo proceso cuyo epígono fue la instalación de un modelo fascista en Italia. 

Si bien los fascistas, de un golpe de mano se hicieron del Poder en octubre de 1922 cuando consumaron esa algarada siniestra que pasó a la historia con el pomposo nombre de “La Marcha sobre Roma”; requirieron de un prolongado proceso de afirmación, e incluso de institucionalización, antes de proyectarse como un peligro extendido en el escenario mundial.

Específicamente en Italia, ocurrieron en ese periodo hechos que Mariátegui pudo apreciar personalmente en su germen embrionario, y seguir después con el conocimiento que adquiriera de la realidad europea. Sus “Cartas de Italia”, pero también sus escritos recogidos en “la Escena contemporánea”, la “Historia de la crisis mundial” y otros constituyen testimonio vivo de sus apreciaciones fundamentales referidos a este fenómeno. 

Como lo recuerda Malcom Sylvers, Mariategui estaba en Italia ya en la Navidad de 1919, y permaneció allí hasta mediados de 1922, recorriendo en ese lapso Roma, Milán, Florencia, Génova, Venecia y otras ciudades menores. En junio de ese año volvió a París, donde había estado antes, y luego, en agosto, visitó Alemania radicando en Munich. Finalmente, antes de retornar al Perú, estuvo en Viena y Budapest- Allí pudo constatar, adicionalmente, los estragos de la política fascista contra los países de Europa Central que se cristalizaron primero en Hungría y después en Bulgaria. 

Cuando Mariátegui volvió al Perú, en marzo de 1923, ya se había producido la captura del Poder por Mussolini. En este mismo año, en junio, el golpe fascista de Alexander Tzhankov en Bulgaria, la derrota de la insurrección antifascista dirigida en septiembre en ese país por Jorge Dimitrov y Vassily Kolarov; y el fin de las barricadas de Hamburgo en Alemania, marcarían un paso decisivo para el ascenso de la modalidad teutona del fascismo, el llamado “Nacional Socialismo”, que Mariátegui pudo percibir también en sus pasos iniciales. 

Fueron esos los años de ebullición del fenómeno, pero en el escenario asomaba aún sólo la tronante experiencia italiana y el verbo de su conductor, que se consideraba “un condottiere”, Benito Mussolini.

Quizá la primera imagen de Mussolini como expresión política, la tuvo Angélica Balabanov, quien lo encontrara en Suiza, “sumamente sucio y extremadamente apocado”, en sus años de  radical socialista, cuando destilaba un odio visceral contra la burguesía gobernante y la sociedad establecida; al tiempo que buscaba un camino para su perspectiva. En un inicio,  creyó que ése, era el socialismo, y bajo su bandera retornó a Italia, con el auspicio de Constantino Lazzari, caudillo de los llamados “Revolucionarios Intransigentes” del Partido Socialista.

En ese entonces, como lo anota  Gionanini de Luna, Mussolini “no poseía aún ninguna ideología propia. El eclecticismo de sus esfuerzos teóricos procedía de un socialismo bastante especial y muy personal”. Después diría Mariátegui, Mussolini era “espiritual y orgánicamente, un extremista”- Su puesto estaba “en la extrema izquierda o en la extrema derecha”. El socialismo “no era en él un concepto, sino una emoción”.

La exaltación de su personalidad, unida a un beligerante patrioterismo estrecho, lo llevó en 1914 a romper estrepitosamente con sus camaradas del Partido Socialista y a abandonar definitivamente la dirección de su órgano de prensa ¡Avanti!  Puso así en evidencia rasgos de conducta que habían sido percibidos ya por muchos. Su aventurerismo, su falta de escrúpulos y su muy débil consistencia de clase llevaron a Mussolini como a un  vendaval   

UN TEMA PARA EL DEBATE 

La experiencia europea, le permitió al Amauta percibir cómo, ante la Revolución Rusa, la crisis de la dominación capitalista se expresó en la descomposición del liberalismo, y el surgimiento del fascismo. 

La crisis del liberalismo no fue producto de la debilidad del proletariado, sino consecuencia de las calamidades de la guerra. Los políticos de la burguesía no acertaron a encontrar las razones del colapso del sistema que había, finalmente, desembocado en una conflagración mundial. Ese fue el escenario de la descomposición del liberalismo, cuya expresiones más dramáticas fueron  el fracaso de la democracia burguesa en Italia y la caída de la República de Weymar en la Alemania de los años veinte.

La crisis del liberalismo pudo abrir paso a la Revolución Social. Y ese fue el sentido de la lucha del proletariado europeo en jornadas que después se conocieron como expresión de la “Ola Revolucionaria del 20”, que bien podría merecer un estudio aparte.

Ese mismo sentimiento animó a los trabajadores italianos, a librar valerosas jornadas de lucha. Los obreros de Milán, Génova, Nápoles, Bolognia  y Turín, ocuparon combativamente las fábricas en abril de 1920 en tanto que en el mismo periodo se alzaban los ferroviarios de Inglaterra, los siderúrgicos en los Estados Unidos, los marineros en Sebastopol, pero también Tolosa, los textileros de Bombay, los tipógrafos de Filipinas, los estibadores de Copenhague, los metalúrgicos de París, los tejedores de algodón de El Cairo.

En América Latina ocurrieron fenómenos del mismo signo: la lucha por la Jornada de las 8 horas, el movimiento estudiantil de Córdoba por la reforma universitaria, la ola organizativa de los trabajadores de Chile bajo el impulso de Luis Emilio Recabarren y sus compañeros de lucha, las rebeliones brasileñas de los Tenientes, inspiradas por Prestes. 

En contrapartida a esa experiencia popular y revolucionaria, en el seno de la clase dominante bregaba por afirmarse el fascismo como método de acción venciendo antes a los sectores moderados de la propia burguesía.

Si  finalmente el fascismo pudo consolidar su imagen en ese periodo, ello ocurrió porque se impuso primero sobre las otras capas de la burguesía que aspiraban a mantener el dominio del capital mediante los métodos “tradicionales”: el ejército regular y el sufragio directo, es decir, los eslabones básicos de la democracia burguesa que cayó fulminada por el discurso radical inspirado en el miedo a la Revolución Social.

El socialismo, en ese entonces, gozaba en Italia de un notable prestigio en el seno de los trabajadores, pero la clase obrera no era lo bastante fuerte, no estaba lo suficientemente organizada, ni tenía la experiencia necesaria para ser capaz  de salvar por sí sola a la democracia burguesa; pero la propia burguesía no se sintió con fuerza para luchar consecuentemente en defensa de su modelo de dominación y prefirió capitular ante el desborde tumultuoso y desenfrenado del fascismo. 

Cuando éste se afirmó, pudo finalmente controlar la situación general del país doblegando la resistencia obrera y popular. Pero no fue esa una victoria política de la reacción, sino una derrota de la democracia burguesa y también del pueblo y los trabajadores. Triunfó el fascismo, porque la democracia formal fue quebrada, y el proletariado fue aplastado.

LA MIRADA DE MARIATEGUI

Mariátegui escribió su primera crónica sobre el fascismo a fines de marzo de 1921. Consideró al fascismo como un fenómeno pasajero en la vida italiana. Hizo suya la idea que el origen del fascismo había que encontrarlo en el desenlace de la guerra y en sus consecuencias en el interior de Italia. Pero reconoció, sin ambages que “el capital industrial y agrario financiaron y armaron a las brigadas fascistas”. 

Y admitió que si Italia fue el primer país de Europa donde apareció el fascismo  con fuerza, eso fue porque allí “la lucha social estaba en un periodo más agudo, porque en Italia la situación revolucionaria era más violenta y decisiva”. Mariategui sostuvo que el fenómeno fascista “constituido por la pequeña burguesía descontenta y unida al capital, se extendió rápidamente al campo”.

Mariátegui admitió también que el segundo factor que dio origen al fascismo fue el culto a la violencia. La guerra había polarizado peligrosamente las sociedades, engendrado sentimientos extremos y rivalidades de diverso tipo; que se habían extendido ante la incapacidad de la clase dominante por regular la vida italiana.  

Apelar a la violencia en todas sus formas para paralizar la acción del proletariado, parecía ser la  urgente palabra de orden, impuesta por una realidad dramática signada por el derrumbe de un sistema de dominación que carecía de imaginación y de alternativas. Marinetti, precursor de las concepciones fascistas, señalaba a las juventudes italianas el camino de la violencia, y Giovanni Gentile -como se anota en “La Escena Contemporánea”-  hacía “la apología idealista de la cachiporra”. 

Un tercer factor, dice El Amauta, fue el agravamiento de la lucha de clases. Esta no fue sin duda una formulación académica. Fue la constante en una sociedad convulsa. Y se manifestó en forma cotidiana en calles y plazas, en enfrentamientos entre los trabajadores y los dueños del capital. Por encima de ambos, el fascismo decidió jugarse sus propias cartas imponiendo por la fuerza una supuesta “paz social”. 

Apalear a los huelguistas se convirtió en una suerte de consigna de las escuadras fascistas en todas las ciudades. La debilidad de los sindicatos, las pugnas entre reformistas y revolucionarios, la división de los trabajadores y la escisión  de los socialistas que no acertaron  a visualizar una táctica común y acertada para hacer frente  a la ofensiva del capital, crearon las condiciones para el éxito  de “la marcha sobre Roma”. En otras palabras, la división del pueblo fue el germen en el que floreció la semilla del fascismo.

Sólo después de este acontecimiento de octubre de 1922, luego que se constituyera el Gabinete Mussolini por encargo del Rey Víctor Manuel, el fascismo comenzó a ser considerado como un signo de la estabilización capitalista. El propio -y naciente- Partido Comunista Italiano, que inicialmente había subestimado al caudillo Mussolini y a sus escuadras de acción, comenzó a considerar al fascismo como un fenómeno duradero. Y eso facilitó su aceptación de las tesis del Frente Unico, aprobadas inicialmente en Moscú por el IV Congreso de la IC. Fue en esa línea que Mariátegui, en 1927, reconoció que la estabilización capitalista, había fortalecido a la reacción. 

Donde Mariátegui hizo un análisis más preciso del régimen fascista fue en La escena contemporánea, en 1925. Su estudio, titulado en líneas gruesas “Biología del fascismo”, descubrió elementos notables para el debate político. Ellos se refieren a la naturaleza del fascismo, a su manejo de los diversos sectores sociales actuantes en la vida italiana, pero también,  y  sobre todo,  al desarrollo de las contradicciones internas en el seno mismo de la administración fascista, que pasaron desapercibidas para mucha gente y que hoy, incluso, han quedado relegadas pese a su enorme importancia. 

Rescatarlas alude a la necesidad de tomar en cuenta en todas las circunstancias, las contradicciones que se anidan en el campo enemigo. Ellas, finalmente por sí mismas,  y por su dinámica interna, contribuirán al desenlace que obsesivamente procuramos a partir de nuestras propias fuerzas.

Mariátegui reconoció que el fascismo conquistó la adhesión de la mayoría de los intelectuales italianos. “Unos  se uncieron sin reservas a su carro y a su fortuna -dijo-, otros le dieron un consenso pasivo; otros, los más prudentes, le concedieron una neutralidad benévola”. Para afirmar su idea sostuvo una tesis que suele causar escozor en algunos de nuestros círculos especializadas: “La inteligencia -dijo- gusta de dejarse poseer por la fuerza, sobre todo cuando la fuerza es, como es el caso del fascismo- joven, osada, marcial y aventurera”. Y para no dejar dudas respecto a su percepción, subrayó “la inteligencia, es esencialmente oportunista”.

Esta afirmación, por categórica, resulta discutible. Aplicable en todo caso, a la intelectualidad burguesa -a la que finalmente aspiraba a reflejar-. En nuestro tiempo, otra intelectualidad, más ligada a las luchas democráticas y a las inquietudes populares, puede ser percibida desde una óptica distinta.

Mariátegui insistió también en el análisis de las concepciones del fascismo: el nacionalismo extremo., el chovinismo, el patrioterismo estrecho, que servía para justificar las más vulgares tropelías. “La bandera de la patria -dijo Mariátegui-  cubría todos los contrabandos y todos los equívocos doctrinarios y programáticos. Los fascistas se atribuían la representación exclusiva de la italianidad. Ambicionaban el monopolio del patriotismo”.

Si bien el régimen fascista se hizo del Poder mediante una acción de fuerza, buscó institucionalizar su dominación, “legalizando” su gestión. Proclamó por eso su “respeto” a la monarquía, procuró un acercamiento con El Vaticano, y buscó el apoyo de una “mayoría parlamentaria” que le permitiera gobernar sin sobresaltos. En otras palabras, Mussolini se empeñó en legalizar su dictadura. Fue ese el proceso que vivió Italia entre octubre de 1922 y junio de 1924, cuando finalmente el asesinato del diputado socialista Giácomo Matteotti cambió radicalmente el escenario político.

Ocurría que, al interior del régimen fascista, anidaban fuerzas distintas que coexistían precariamente. Tenían como antecedente, el mismo proceso de formación del fascismo, consagrado por la fusión sucesiva de capas y sectores sociales que buscaban desesperadamente un camino para salir de la crisis salvando los intereses de la clase dominante; pero se diferenciaban en los métodos a emplear. Mariátegui tuvo el acierto histórico de precisarlas y definirlas como no lo hizo nadie en la tribuna revolucionaria.

Mariátegui, era consciente que, en el seno del fascismo, cohabitaban dos fuerzas definidas: una facción extremista, ultraísta; y otra conservadora y moderada. La primera buscaba imponer por la fuerza un Estado fascista integral. La segunda, intentaba apoderarse de los resortes del Estado tradicional y administrarlo con una política fascista. Diferencia aparentemente sutil, pero finalmente decisiva, que generó una contienda a veces pública y a veces soterrada, pero que finalmente explotó veinte años después cuando la noche del 24 de julio de 1943 la reunión del Gran Consejo Fascista desencadenó la caída del propio Mussolini y la destrucción del régimen fascista en Italia. Estas fuerzas buscaban afirmar su dominio sobre la sociedad italiana en los albores del fascismo. Una de ellas -la más enérgica y activa- cambió el rumbo de las cosas con un crimen simbólico: el asesinato de Matteotti.

Para Mariátegui, la tendencia extremista del fascismo la personificaba Farinacci, y la seguían  Aquile Starace, Pavolini, Carlo Scorza y otros. Y la conservadora, Bottai. La afirmación de la primera opción al interior del Partido Fascista dio lugar a que prosperara la idea de que el Estado Democrático-Liberal aún subsistente como estructura de dominación, debía caer y ser sustituido por el Estado Corporativo Fascista.

DOS CONCEPCIONES TACTICAS EN LUCHA. 

Es bueno detenerse a examinar un poco la naturaleza de las contradicciones en el régimen fascista y la evolución de las mismas.

De  alguna manera Mariátegui lo hizo en sus apuntes sobre al fascismo. Aludió a las concepciones de Massimo Roca y a sus polémicas con los grupos extremistas, y al surgimiento de los teóricos de “L’ Idea Nazionale”, de Luigi Federzoni, el más claro ideólogo de la deformación fascista de la burguesía. Nuestro Amauta no se hizo ilusiones en torno a estas variantes y contradicciones. Calificó a una como “extremista” y a la otra como “moderada”, pero reconoció a ambas como fascistas.

Roberto Farinacci fue uno de los personajes más sugerentes y nocivos del fascismo. Justificó el crimen consumado contra el diputado italiano desarrollando una teoría hasta entonces poco conocida, la referida a las “razones de Estado”, como una manera de justificar lo que se llamaba ya “un crimen de Estado”. Farinacci fue uno de los líderes italianos de más marcadas tendencias pro-alemanas. Miembro del Gran Consejo Fascista desde un inicio, participó en todas las decisiones y responsabilidades del régimen. Su dominio acabó abruptamente la noche del 24 de julio de 1943, Derrotado, se desmoronó y buscó refugio en la embajada alemana en Roma. 

Desde Berlín, Farinacci se puso a órdenes del Duce nuevamente, y retornó con las tropas germanas al norte de Italia, para apoyar a Mussolini que había proclamado  la llamada “República Social Italiana”; pero a fines de abril de 1945 fue capturado en las afueras de Milán por guerrilleros antifascistas, y fusilado. Su cadáver, compartió honores con el de Mussolini colgado -boca abajo- desde la madrugada del 29 de abril en el Piazzole Loreto.

En la otra línea, en aquella que Mariátegui juzgó “conservadora” y “moderada” aparecen figuras que tuvieron gran relieve durante la administración de Mussolini, pero que jugaron un papel preponderante en julio del 43 y no participaron en la República Social Italiana –“La República de Saló”, como se le llamaba entonces.

Quizá si los más caracterizados fuero Guiseppe Bottai, considerado uno de “los niños mimados del fascismo” y combatiente de la primera hora, autor de la “Carta Di Lavoro” y Ministro de  Corporaciones, quien dijo en un momento que Mussolini “no era volitivo, sino veleidoso, que quiere ser adulado, lisonjeado y engañado”, y jugó un rol decisivo en el complot del 24 de julio de 1943 en el seno del Gran Consejo Fascista. Otra figura de ese tinte fue Galeazzo Ciano,  canciller del régimen, yerno de Mussolini, procesado y fusilado en Verona en enero de 1944 por su colaboración con Bottai en julio del 43. Pero también Luigui Federzoni, periodista y colaborador de Il Giornale D’Italia, precursor de L’ Idea Nazionale, Ministro del Interior, Presidente del Senado y de la Academia Italiana y activo participantes del complot del 43; Dino Grandi, quien dirigió inicialmente los grupos de castigo del Partido Fascista y participó en La Marcha sobre Roma, Presidente de la Cámara de los Diputados –Il Monticitorio-, y principal organizador del complot  contra Mussolini en el Gran Consejo Fascista el 43. 

No resulta fácil desentrañar la naturaleza de las contradicciones que se manejaron  en el régimen fascista. Pero ellas ocurrieron básicamente después de 1936, luego de la aventura de Abisinia, y se centraron en el debate en torno a la colaboración con Alemania, la participación de Italia en la guerra, los sucesos de Eritrea, la ocupación de Albania, el tratamiento de la crisis económica derivada de la conflagración mundial y el manejo de la política interior y exterior del régimen. También por el envío de tropas italianas para sumarse a las invasiones germanas en distintos países de Europa, y Rusia. 

Puntos altos de la confrontación en el plano interno fueron en su última etapa, el tratamiento a las huelgas obreras en el norte de Italia en abril del 43, la reunión del Gran Consejo Fascista el 24 de julio de ese año, la captura y posterior liberación de Mussolini por las tropas alemanas, la instauración de la República Social Italiana y el Proceso de Verona -enero de 1944- que costara la vida a “los moderados” allí juzgados. 

Notable, entonces, resulta la perspicacia política del Amauta que desde 1923 resaltara las diferencias que, finalmente, dieran al traste con la siniestra experiencia mussoliniana y abrieran paso, finalmente, a la derrota del fascismo.

LAS REPRESION INSTITUCIONALIZADA A PARTIR DEL 25

Sólo en 1925, es decir tres años después de estar en el gobierno, fue que Mussolini pudo darse el lujo de decir abiertamente: “la situación interna está claramente bajo el control del Partido Fascista. Todo lo demás puede considerarse a lo máximo como material para la arqueología”.

Es importante considerar que a partir de ese año, y más precisamente en 1926, los créditos bancarios concedidos a Italia por los Estados Unidos permitieron asegurar la estabilidad económica del país e hicieron posible la incorporación de Italia en el sistema de emisión occidental y en la sociedad financiera internacional. Con esos auspicios y la virtual complacencia internacional del sistema financiero y los gobiernos de los Estados Unidos e Inglaterra.   .

Entre 1925 y 1927, fortalecido por el respaldo exterior, Mussolini produjo un verdadero aluvión de disposiciones legales orientado a imponer, sin consideración alguna, el Estado Corporativo Fascista. También en ese periodo se dispuso la ley 567, que estableció la llamada “Disciplina Jurídica de las Relaciones Colectivas de Trabajo” y poco después el Gran Consejo Fascista creó los “Tribunales Especiales de Trabajo” encargados de dirimir conflictos laborales. Poco más tarde, Mussolini, con el triunfalismo que le era característico en sus momentos mejores, diría: “Todos los diarios de la oposición han sido suprimidos; todos los partidos antifascistas, disueltos. Hemos organizado una policía especial para las regiones, así como oficinas de investigación política, y hemos creado un Tribunal Especial que realiza un trabajo perfecto”.

Con estas decisiones, Mussolini creyó que había logrado consolidar un sistema que duraría un milenio. El 13 de noviembre de 1926, en las páginas de Variedades, Mariátegui hablaba de “La tragedia de Italia”. Registraba la tensión política y espiritual que agobiaba al país y afirmaba que el fascismo creía haber afirmado su dominio. “Es indudable decir que no obstante su jactancia, el fascismo no debe considerarse muy seguro”. Premonitoriamente, decía: “la verdadera tragedia, ha empezado ahora”.

Quizá si uno de los primeros pasos de esta tragedia fue la arbitraria  detención de Antonio Gramsci, en ese entonces Secretario General del naciente Partido Comunista Italiano y fundador del periódico más progresista de la época “l’ Ordine nuovo”, ocurrida en 1927. Gramsci, encarcelado en Regina Coeli, fue brutalmente tratado en prisión. De él, Mussolini dijo: “Hay que impedir que este cerebro funcione por lo menos veinte años”. En 1937, en grave estado de salud, fue liberado sólo para que muriera dos días después, dejando un gran vacío en el pensamiento y la acción revolucionaria.

También como parte del análisis de la política del fascismo, Mariátegui aludió en sus escritos a los sufrimientos atroces de pueblos pequeños, como Hungría y Bulgaria, que conocieran tempranamente la experiencia desoladora y represiva del fascismo. Para con ellos, expresó solidaridad sin cortapisas, condenando enérgicamente los bestiales mecanismos de represión instaurados contra sus fuerzas más avanzadas.

La vida de Mariátegui, como se recuerda, se cortó abruptamente en abril de 1930. Trece años más de política fascista no pudieron ser registrados por su pluma, ni analizados por su inteligencia. Tampoco tuvo la oportunidad de conocer la evolución política alemana, después de que, en enero de 1933, Adolfo Hitler se aupara en el Poder y desencadenara, finalmente, la Segunda Guerra Mundial. Pero nada de lo que dijo en su corta vida hubiera cambiado, de conocer esos fenómenos. Sus apreciaciones sobre el fascismo confirman la actualidad y vigencia extraordinaria de sus concepciones fundamentales.

Mariátegui fundó la revista Amauta con el fin de desarrollar una profunda lucha ideológica contra las ideas conservadoras y reaccionarias de su tiempo. Amauta fue, por eso, una tribuna democrática y progresista, que se inscribió en la defensa de los postulados del socialismo.

A partir de su primer número -en septiembre de 1926- se inscribió en el marco de la lucha antifascista, alentando la batalla de las fuerzas más sanas contra las tendencias chovinistas, el nacionalismo extremo, el culto a la violencia y el guerrerismo. Una visión de conjunto de los materiales publicados por Amauta en su corta existencia, nos daría una idea más cabal de sus posiciones.

Prácticamente en cada uno de los ejemplares de la revista Amauta se insertaron artículos, crónica, relatos, entrevistas u otros materiales referidos al fascismo y a la lucha de los pueblos contra su siniestra política.

LA LUCHA CONTRA EL FASCISMO Y NUESTRO TIEMPO

Lamentablemente, el fascismo no es un fenómeno del pasado. En diversos continentes se ha expresado de distintas maneras, pero en todos los casos ha tenido como común denominador su anticomunismo desenfrenado y su odio a los trabajadores y a los pueblos.

Fascistas fueron, a la par del régimen hitleriano, las dictaduras de Horty, Tzhankov y Antonescu en Europa Central entre la primera y la Segunda Guerra Mundial; los regímenes de facto de los “coroneles griegos” en distintos momentos de la historia de ese país; el régimen de Franco , que encarceló durante 40 años a la España inmortal; el gobierno de Oliveira Salazar y Marcelo Caetano, en el martirizado Portugal; pero también fueron fascistas a su manera las dictaduras asesinas que en América Latina sembraron el terror y la muerte en décadas pasadas.

En nuestro país -sin necesidad de remontarnos a etapas anterior- cabe señalar que el régimen de Fujimori fue -a su manera- una dictadura neo nazi. Aún tiene, sin embargo, posibilidades de resurgir sobre todo en la medida que los propios segmentos de la burguesía dominante cedan a sus presiones por miedo a la Revolución Social. El Poder de las Mafias, que asoma como su modalidad operativa concreta, aún está en el Perú vivito y coleando.

Para concluir este trabajo, es necesario reseñar los aportes del Amauta en torno al tema del fascismo. Ellos, pueden resumirse en lo siguiente: : 

1.- Mariátegui conoció, estudió y valoró el fenómeno del fascismo, subrayando su entroncamiento con el Gran Capital, sus procedimientos autoritarios y la grave amenaza que implicaba para los trabajadores y la humanidad entera.

2.- Mariátegui insistió en considerar a los trabajadores como los más vigorosos y consecuentes adversarios del fascismo, remarcando la necesidad de construir la Unidad del Pueblo, es decir, el Frente Unico, en base a sus luchas y a sus estructuras sindicales y políticas.

3.- Mariátegui denunció la demagogia del fascismo, el cinismo de sus gobernantes, sus deformaciones y errores; así como la corrupción imperante en las altas esferas del poder, condenando los ataques y crímenes consumados por el fascismo contra los trabajadores y el pueblo de Italia.

4.- Mariátegui registró de un modo incipiente las contradicciones internas del fascismo, las tendencias y sectores que se proyectaban en su política y que darían lugar a su propio colapso.

5.- Hoy se puede concluir afirmando que, pese a que el fascismo está formalmente muerto y que nadie en su sano juicio reivindica su mensaje, surgen movimientos, grupos y caudillos que toman las enseñanzas del fascismo, las hacen suyas, y las aplican a las realidades contemporáneas, afectando duramente la vida de los pueblos..

Es deber de todos tener conciencia plena de esta realidad y enfrentar las amenazas del fascismo en cualquier circunstancia en la que asomen sus oscuros designios. (fin)

Lima, mayo 2013

GUSTAVO ESPINOZA MONTESINOS
Asociación Amigos de Mariátegui


VOLVIO PARA QUEDARSE…
Simposio organizado por los Amigos de Mariátegui y la Casa Mariátegui
23 – 25 de mayo del 2013

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