Perú. Pulpines y pulpones


Eduardo González Viaña
Mariategui.info
08/02/15


-¿Su nombre, señor?
-Son las ocho de la noche.
-¿Qué hora es, dijo?
-Proponemos la inclusión social. 

Durante las elecciones presidenciales últimas, los partidarios del señor Humala nos mordíamos las uñas cada vez que él tenía que participar en un debate televisivo.

El problema era que nuestro candidato no parecía escuchar las preguntas del moderador ni los ataques de los rivales. En vez de responder o contraatacar, se limitaba a leer el libreto que le había sido preparado y que no necesariamente abordaba el tema. A veces, incluso, parecía confundirse de papel. De todas formas, leía sin puntos ni comas ni matiz alguno, pero siempre con imperiosa voz marcial.

En el año 2015, y ya presidente del país, el señor Humala parece estar repitiendo aquella triste performance. Por ejemplo, nunca entendió a los jóvenes que protestaban contra la llamada ley Pulpín.

La primera gran movilización debería haberlo hecho reflexionar. Sin embargo, después de las que siguieron, insistió en el guión proporcionado por la CONFIEP y, por fin, recurrió a la consabida salida de la fuerza. Dejó que su “inteligente” ministro de interior resolviera un problema social con infiltrados, palos y contusos.

La acción de los jóvenes era masiva, persistente y unitaria. Una avalancha similar causó en Chile el desmoronamiento del gobierno derechista de Sebastián Piñera y su final derrota en las urnas. De igual forma, las marchas de los indignados y su posterior expresión en política ha modificado de forma radical el mapa partidario de España.

No es la primera vez que una experiencia como ésta se da en el gobierno Humala. En el año 2012, las grandes movilizaciones producidas en Cajamarca echaron por los suelos el proyecto Conga. En el 2013, la famosa repartija de los cargos públicos fue también aplastada en las calles.

Por su parte, todo el tiempo el gobierno no ha escuchado, o quizás no ha entendido el sentido de la protesta social, y siempre se ha sentido contento con asumir las recetas del Ministerio de Economía y Finanzas o las fórmulas de la confederación de empresarios. Para matizar estas ideas, al Presidente le basta con repetir “inclusión social”, una frase que ha sido inventada para sustituir los poderosos alcances de la justicia social.

En estas condiciones, se ha ido generando un gobierno muy débil en argumentos y en soporte popular, y ya sabemos lo que suelen hacer esta clase de administraciones. Recurren al autoritarismo y el uso de la fuerza. En el Perú, ya hay cadáveres en el camino.

En Cajamarca, los intereses de las mineras han teñido el suelo con sangre inocente. En esa misma región, aprisionar al presidente de la misma, Gregorio Santos, fue una medida a la que el pueblo rechazó con el voto aplastante de las urnas.

Una de las espantosas medidas de la represión ha sido la promulgación de la ley 30 151 que consagra la impunidad de los militares y las fuerzas policiales cuando hieran o maten en supuesta acción de servicios. Una aberración jurídica como esta no ayuda mucho a los que nos prometen que pronto estaremos en el primer mundo.

Las grandes marchas juveniles y la derogatoria de la ley llamada Pulpín tienen un significado trascendente. Por un lado, como alguien lo ha dicho, han evitado para después de esta una ley Pulpón. La Confiep consideraba insuficiente o tal vez tan sólo un globo de ensayo a la Pulpín; lo que ellos buscaban era una destrucción radical de los derechos de todos los trabajadores. No, el Presidente no es culpable de este episodio anti histórico. Fue tan sólo el lector, con voz marcial, de un libreto de los empresarios.

Ahora, en vez de leer un libreto, el presidente debe entender que la gran victoria de los jóvenes ha cambiado el mapa político del Perú.

Un comentarista superficial se preguntaba por quién íbamos a votar en el año 2016 y daba como posibles los nombres del doctor García, la señora Fujimori y el general Urresti. Esas alternativas ya no existen. Ahora el pueblo decidirá por opciones políticas y sociales concretas y no por candidatos felones o fantoches. Y menos aun, por pulpones.

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