Paco Urondo periodista: la poesía de la realidad



Juan Ciucci
Mariátegui
19/06/16

Una parte de su obra, con una de las características que siempre lo acompañarían: esa risa impertinente, de costado, socarrona. Por años estuvo perdida, desaparecida, su obra. Si hasta me costaba encontrar La Patria Fusilada, y desconocía mucho de su producción, por esas faltas. No era casual, claro. Conté un encuentro en un texto que analizaba ese libro, y quiero volver a contar ahora:

“Durante el 2009 busqué por muchas librerías algún texto de Paco Urondo. Fue una búsqueda exhaustiva: mesas de usados, de saldos, viejas librerías especializadas, parques y plazas, la calle Corrientes. Nada, no había nada. Ni sus poesías, ni sus ensayos, ni su novela, ni sus obras teatrales, ni sus cuentos. Su obra, toda su obra, estaba ausente. En una librería de Corrientes, me atendió un empleado cincuentón. Ya en otras el nombre del autor que buscaba había generado ciertas reacciones casi imperceptibles, que mi razón negaba. No quería ver cosas donde no las había, pero sí note pequeños gestos que me conmovían. Y me intrigaban, porque no lograba descifrarlos.

Este hombre, ante mi pregunta, respondió enérgico: "Sí, sí algo tenemos. Vení, seguime para acá", o algo parecido. El dueño estaba detrás del mostrador, al fondo del local. El vendedor comenzó a caminar rumbo a la calle mientras me gritaba esas palabras. Me sorprendió, ya que venía de muchas negativas a media voz. Cuando estuvimos bien lejos del dueño, comenzó a hablarme en voz muy baja. “Sí, yo lo conozco bien al Paquito. No, acá este no tiene nada. Anda más para el lado de Callao, ahí tienen que tener algo”, me dijo, o algo así.

Paquito. Estoy seguro que uso ese apodo. Y de su voz, que me pareció profunda, conmovida. De pronto éramos compañeros. Ya los gestos fueron más familiares, como de cofrades. Había un secreto que compartíamos, una historia, una ideología. Y teníamos que estar callados, o en susurros. No eran cosas que se pudieran gritar, ya. No era una venta más, no era un autor más. Y ese encuentro resignificó todos los otros silencios, las otras negativas. Todos esos libros que ya no están, que desaparecieron. Sentí el compromiso de buscarlo, de leerlo, de intentar difundirlo”.

Obra periodística

Finalmente en 2013 aparece su Obra periodística, editado por Adriana Hidalgo. ¿Podemos decir que es casual la fecha? ¿Acaso no está ligado al viento del sur que nos despabiló y recuperó aquellas banderas? También lo haría su obra poética, sus cuentos, su novela.

El Paco periodista trabaja con la realidad, pero encontrándole siempre una veta poética. ¿Y qué obviedad digo, diciendo esto? ¿Acaso un poeta de su talla hace otra cosa en este mundo, en esta vida? Así nos parece que anda la literatura europea, titula juguetón en una Leoplán del 62. Esa es otra de las características que siempre lo acompañarían: esa risa impertinente, de costado, socarrona.

Me interesa destacar, por interés personal, sus trabajos sobre el cine argentino. Él, que tuvo una brillante intervención en el séptimo arte junto a Rodolfo Kuhn con Pajarito Gómez, una vida feliz, le prestó especial atención a las nuevas olas del cine argentino.

Ya en el 62 y también desde Leoplán indaga en los nuevos realizadores, sus conexiones con la tradición local y la cinematografía extranjera. Y tempranamente pone el ojo en películas que con el tiempo se transformarían en clásicos: Los jóvenes viejos, Faena, Los inundados, Alias Gardelito.

Un artículo nos concierne particularmente: Dimensión e historia del cortometraje. Allí presta especial interés por realizaciones que muchas veces son opacadas ante el largometraje, y que vivía en aquellos años una suerte de explosión. Lo emparenta con el cuento, con sus posibilidades y límites, que en cine van de la mano de la comercialización. Pero intuye su capacidad creativa, su existencia por fuera del paso previo al largo, como se supone el salto del cuento a la novela. “Ya el lenguaje que en estos films se utiliza es propio y olvida la inconsistencia y convencionalidad del diálogo a que nos tenía acostumbrados nuestro cine”, nos dice.

Distinto el tono que utiliza para contar el comienzo de la filmación de El santo de la espada de Leopoldo Torre Nilsson. Ha comenzado el rodaje del film más ambicioso del séptimo arte nacional, titula en El Diario de Mendoza en 1969. “Estaban presentes San Martín, Alvear, Monteagudo y otros. Los nervios de la escenógrafa estaban vinculados al costo de las copas. Cuestan siete mil pesos cada una", advertía. Es la industria con Torre Nilsson, el segundo cine del que hablaban Getino y Solanas, que ahora se interesaba (en el 69, justamente) por retratar historias de la nacionalidad. Paco realiza un diario de rodaje, entre maravillado y apenado ante tanta fastuosidad. Abundan los números y los costos.

Pero quizás el aporte más importante de sus trabajos periodísticos que rozan al cine sea la larga entrevista que le realizara a Tito Lusiardo en la revista Panorama de mayo de 1968. Hombre del teatro, el cine, y el tango; postrero compañero de Carlos Gardel en el eterno archivo de sus películas. La sensibilidad de Paco va acompañando las confesiones de un hombre que ha vivido, y mucho.

“¿No le gustaría vivir como esta generación?”, pregunta. “Ya le he dicho, no cambio mi vida: he tenido muchas satisfacciones. Si parece mentira, en el Maipo mismo, donde va tanta gente tanguera: ovaciones cuando termino de bailar. (Tomando distancia). Ahora digo yo: ¿no será cosa que me aplauden porque ven la edad mía?”, reflexiona el enorme Lusiardo. Y el final de sus palabras, pueden ser también las de Paco, o para Paco, de este texto. "(Como pidiendo una gauchada)”, aclara Urondo, “Tiene que pintarme como usted me conoció en este momento. Eso es lo lindo, no exagerar”. (agenciapacourondo.com.ar)

Comentarios