Perú. Rosina Valcárcel cuelga poemas en la pared


Repárese en que solo he puesto Rosina en el título de esta reseña. La razón es una: ella es una de esas escritoras para las cuales basta y sobra el nombre, a fin de saber que nos referimos no solo a una combatiente de la palabra (poesía, prosa ensayística, artículos de opinión), sino a una decisiva defensora de los derechos humanos y a una sui generis intelectual, creadora, que es imposible de confundir, en medio de esta turbamulta pobladores del cotarro de la literatura y/o afines. 


Winston Orrillo
Foto: Lima en Escena
Mariátegui
10/07/16


 “Cuando no se ama demasiado, no se ama lo suficiente
                            Pascal
 “Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida
                            Neruda
 “La belleza o será convulsiva o no será”.
                            Bretón


Pero, por cumplir, sus señas completas son Rosina Valcárcel Carnero. Por supuesto, hija del gran poeta revolucionario, Gustavo Valcárcel y de Violeta Carnero, paradigma de tanto que no cabe en el diccionario de solidaridades varias.

Nos encontramos, ahora, fruto de su infatigable bregar poético, con Versos para colgar en la pared, recientemente editado –bellamente, y es un gusto señalarlo por la querida Librería Editorial Horizonte, de nuestro inolvidable Humberto Damonte, y que ahora comanda su hijo Juan. El pulquérrimo volumen ha sido lanzado con la asesoría de la profesora Giovanna Minardi, gran estudiosa italiana; la fúlgida portada, dibujos e ilustraciones del gran plástico nacional, Carlos Alberto Ostolaza y el diseño de arte de la versátil Lucía Arellano.

El volumen se abre con un poema que evoca al gran bardo español, Miguel Hernández, del que Rosina toma su Vientos del pueblo, para inmejorablemente, abrir su volumen con este par de significativos versos: “¿Qué es la Poesía?/ ¿Aventura, subversión, solidaridad?

Y esto, en efecto es para ella, y para estos versos que se cuelgan en la pared del tiempo, la Poesía (así, con mayúscula, como la pone ella).

Porque el texto está pleno de terebrante amor, exorcismos a la muerte, himnos a la solidaridad humana y enfrentamiento al deterioro irrecusable que causa el paso del tiempo, el transcurrir humano.

Para ejemplo bastan estos versos suyos que, de no haber hallado nuestros epígrafes magníficos, hubiéramos citado: 

Ninguna religión vale una sola gota de sangre”.”Soy mensajera del amor y de la muerte”. “Sentí la dicha cuando descubrí sus ojos y conocí la muerte”.

Este libro, inclasificable como todos los buenos de poesía, obliga no a una lectura –como acostumbramos decir- sino a una relectura, a ver si, de ese modo, podemos penetrar en estancias como las que enuncia cuando escribe: “El ojo del silencio parpadea/ Amor lejano y próximo/ Adivina la frontera/ El dolor/ seco La uva”. 

O esta magnífica estancia en su “Visión”: “De golpe fuimos desbaratados / Bajo el fuego de las esteras/ Bajo la tarde de cuerpos furtivos/ Esos extraños ojos pequeños/ Ernesto y su contacto irreal/ Ella ató el ramo de girasoles/ y el labio púrpura dio la señal/ El escudo para los verdugos/ El escudo para el espanto”.

Rosina, pues, nos conduce –no sé sí con placer o displacer- a los meandros de su perspectiva del incalificable orbe en el que nos ha tocado vivir, y al que ella exorciza con sus versos-prosas que no dejan de ametrallar esa realidad que, sin denuedo, pugna por mutar…

No otro significado tiene, para nosotros, su poema Datzibao (dedicado a VRS), cuya primera estancia nos enrostra lo siguiente: 

En el siglo del incendio ojos ágiles vista ágil/Alzo los ojos/ el mismo personaje/ Traje oliva tatuando utopías// Poesía, guerra y sangre/.”

Pero sea como fuere, el Amor es el Norte de esta poesía que va directamente a nuestras entretelas, el amor al compa preso por luchar por nosotros, por combatir por el cambio de esta abominable sociedad que padecemos –y que visto el luctuoso, reciente proceso electoral, seguirá esquilmándonos mucho tiempo más.


Rosina es diáfana y valiente, y prueba dce ello, allí está, verbi gratia, su homenaje, al 6 de abril, fecha del cumpleaños (no se repita la estupidez de “onomástico” por favor) de Victor Polay Campos, encarcelado más de veinticinco años por el “delito” de querer un Perú mejor, más justo, más solidario, más humano: “La prisión se extiende/ La humedad en las hojas de la urbe/ Como quien torea el patíbulo/ La tarde del 6 de abril/ Con sus ojos abiertos/ El héroe aguarda al filo de un pozo/ Me cede un libro de cuentos/ Sereno se mueve en la escena y dice: / -Nadie podrá atarnos el espíritu/ He soltado un cometa”.

Amor subterráneo y subitáneo, este poemario es de los destinados para quedar no solo “colgados en la pared”, sino inscritos en la memoria de la literatura y el arte de la palabra que se hace, hogaño, en este Perú “de metal y melancolía” (palabras de Federico: no hay necesidad de ponerle el apellido, ¿verdad?)

Para los interesados en profundizar en el comento a este libro les recomendamos que acudan al portal La Mula, donde hallarán dos notas sobre él, del Comandante Héctor Béjar y del combatiente revolucionario Julio Dagnino.

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