Perú. César Lévano y sus 90 inexhaustas jornadas



Winston Orrillo
Mariátegui
24/12/16

Me retiene su llanto el nervio tenso./ Oh delicados tiempos que fuimos de las manos/ paseando por las calles y los parques urbanos/ y un tranvía llevaba tu risa y mi alegría!// Hemos sido felices como en cuentos y sueños./ Hemos sido tan claros, que éramos dos pequeños/ Dando vueltas y vueltas en el mismo tranvía”.
  Penitenciería de Lima, febrero del 53
  C.L.

García Márquez, más de una vez, escribió que, para lograr la belleza, la perfección del estilo (se refería al periodismo, a la prosa de no ficción) era necesario ser poeta. Y esto se cumple, ineluctablemente en los casos de los más altos prosistas de nuestro tiempo. Y esto lo aplico, “sin dudas ni murmuraciones” a nuestro homenajeado de hoy, el relevante periodista y creador, César Edmundo Lévano La Rosa, que  se ha asomado al umbral de su nonagésimo cumpleaños, en lo que he titulado sus “inexhaustas” jornadas.

Porque todo ha sido la vida de César, menos el sosiego, la calma necesarias –en algunos casos- para enhebrar aquellas palabras que habrán de trascender, y que solo en contados casos, se hallan en las páginas de diarios y revistas, hebdomadarias o no.

Desde los albores de una vida signada por el alacrán de las necesidades más elementales, con una familia identificada por el gonfalón de la lucha social –especialmente su tan recordado progenitor- César (la verdad no le he preguntado, pero quizá la adopción de ese “nombre” es una suerte de homenaje al autor de “Masa”) Edmundo, discurrió entre diarios y revistas y su fundamental cátedra sanmarquina.

Hoy, un nuevo  libro de Paco Moreno (está feraz el cangallino) Rebelde sin pausa, Paracaídas editores, nos entrega una –visión, la primera, a la que habrán de seguir varias más, sin duda ninguna. En el volumen se halla la vera imagen de un hombre combativo y combatiente, dueño de un humor a toda prueba y del conocimiento entrañable del difícil arte de escribir todos los días, y hacerlo con una prosa realizada con donosura, pero siempre muy bien informada (por la lectura de libros en los varios idiomas que César, autodidácticamente, domina).

Cuando el que esto escribe aún ejercía cátedra en mi adorado sanmarquitos, tarea sine qua non de mis alumnos de los cursos de redacción, era leer al maestro Lévano, y pretender decodificarlo, a pesar de que él no escribía “en difícil”, pero, sí, con un estilo que no tenía nada que ver con el periodismo-basura ad usum.

Yo mismo aprendía -¡cómo no!- al leerlo: me informaba, me documentaba; buscaba, en su prosa y en sus metalenguajes, el pulso del acontecer cotidiano, el faro que me permitiría desplazarme por las cochambrosas calles del presente. Ahora mismo, con los desaguisados de los patibularios fujiapristas, leo con ansiedad sus puntos de vista, siempre tan certeros.

Criollazo (habitaba el entrañable Rímac, no lo olvidemos), su amistad hegemónica con MA0 –léase Manuel Acosta Ojeda-, Alicia Maguiña, Carlos Hayre,  Jorge Vega –“Veguita” o Juan Gonzalo, el grande, nos permitían tenerlo siempre en el discurrir cotidiano; nunca en las apócrifas estancias del periodismo de “los de arriba”.

Por ello su “estilo” era, al mismo tiempo, llano, directo, pero lleno de información; pues era de los que pensaba –pensamos- que aquello que no enseña, mejor que vaya al basurero de la prensa chicha, aquella que Antonio Cisneros llamaba “papel para envolver pescado”. De allí que no pocos de sus artículos, en una sección especial de mi biblioteca, se encuentren prestos para seguirnos dando las respuestas para el-a veces- groseramente repetitivo devenir.

¿Y la poesía? Pues es la que se halla en las entrañas de todo lo que hace él con su prosa incantatoria, pero asimismo en los volúmenes de versos que –muy pocos- ya se han publicado.

Sugerimos que, ahora, que se ha dejado atrás la falaz “facilidad”, típicamente fujimorista, de graduarse sin tesis ninguna, algún o algunos de los jóvenes aspirantes a las titulaciones académicas  universitarias –puede ser uno o un equipo- estudien la obra poética del maestro César Edmundo Lévano La Rosa e intenten atisbar cómo ella se trasunta en su proficua producción periodística.

No por gusto hemos citado, a guisa de epígrafe, el cuarteto final del muy bello soneto –escrito en la cárcel, llamada panóptico en ese entonces- que, en febrero de 1953, dedicara a su adorada Natalia, con quien se casara en 1956 (para toda la vida porque hoy la Institución se ha vuelto como quien dijera de usar y botar) y con la que fundara una familia paradigmática, luego que ella la esperara hasta su salida de la cárcel política –una de las tantas- que padeciera.

El poema es toda una presea y, quien ha escrito aquella, no necesita “demostrar” que es un lírico por antonomasia (lo que le sirviera ¡tanto! para enhebrar su periodismo sui generis).
Usé –en el título- el no muy común adjetivo “inexhaustible” porque soy de los que creen que hacer periodismo es hacer docencia, y que los depredadores del lenguaje –que padecemos cotidianamente en los media- no tienen nada que hacer en el rescate de una profesión que ennoblecieran José Carlos Mariátegui –su penate- y Truman Capote, entre muchos otros. Y mi Norte en esto es, nada menos que el autor de 7 Ensayos, quien, muchas veces,  me ha mandado al Diccionario: solo un ejemplo, cuando él dice que su visión del mundo no es “anastigmática”. ¡¡¡!!!

Y, para ahorrarles el viaje hasta la biblioteca, les explico que la palabreja quiere decir “inagotable”, porque así ha sido el trabajo de César Edmundo, siempre, y más aun,  en este su nonagésimo año de vida.

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