Argentina: La CGT de siempre. Esa costumbre de matar

Prensa de Frente / Mariátegui
29/10/10


En los últimos años no fueron pocas las voces que insistieron sobre los riesgos y consecuencias de volcarse sobre las estructuras de poder hegemónicas para garantizar la gobernabilidad. Estos señalamientos están basados en la convicción y en la experiencia de que estas estructuras no pueden ser actores de cambio alguno, incluso si este existiera en el horizonte del proyecto kirchnerista. El PJ y la CGT son organizaciones con una historia difícil de desandar, son desde hace décadas estructuras de dominación con una lógica intrínseca que excede incluso a su conducción circunstancial.

El caso de la central sindical es quizá el más cristalino en cuanto a la imposibilidad de conducir un teórico proyecto de cambio desde esas organizaciones. Al inicio del actual proceso político, se argumentó que la disputa por la conducción del PJ y la CGT tenía como objetivo garantizar la gobernabilidad, ya que sin el manejo de esta estructura partidaria y la conducción de esa central, es imposible gobernar la Argentina. Lo cierto es que bajo esa premisa, lo que se desplegó luego fue un dispositivo de relegitimación de la dirigencia sindical cegeteista, fundada en el papel de la actual conducción de la central obrera, representada en Hugo Moyano y el MTA, en la lucha contra el neoliberalismo en los 90.

Este particular enfoque, evitó en todo momento mencionar el rol de complicidad institucional jugado por la CGT durante la aprobación de las políticas más antipopulares en casi 30 años de democracia, con la ley de flexibilización laboral a la cabeza. También se desentiende de los negociados con las obras sociales que implosionó con el caso de La Bancaria, en el que se constató que la propia prestadora de salud de la gremial suministró medicamentos oncológicos adulterados a sus afiliados o familiares que padecen cáncer, y por el cual está en prisión Juan José Zanola.

Tiempo después y ante el progresivo estrechamiento de los marcos de alianzas del oficialismo y a la par de la emergencia del debate sobre libertad y democracia sindical, comenzó a galvanizar un discurso entre la militancia oficialista en el cual no solo la CGT era regada de épica anti neoliberal, sino que a través de ese cristal también comenzaron a volcarse miradas de desconfianza sobre la CTA. La central surgida en Burzaco perdió así su lugar como espacio legítimo de organización sindical y las sospechas sobre los alcances de su representación de los trabajadores fue puesta sobre el tapete.

La legalidad gremial para la CTA por parte del Ministerio de Trabajo nunca fue un debate posible para el oficialismo, así lo confirma la defensa cerrada del unicato sindical, posición que ganó voces impensadas. La reivindicación de la CGT llegó incluso a correr horizontes simbólicos que parecían infranqueables. Dirigentes surgidos de las tendencias de izquierda del peronismo se sumaron con algarabía a impulsar la Juventud Sindical, reedición nominal de aquel engendro macartista, enemigo y asesino de la JTP, que prefiguró el funcionamiento de la AAA. Las prácticas de los muchachos de la Unión Ferroviaria en Barracas, viene a mostrar que, aún en escalas actuales, no es solo el nombre lo que se retoma.

Esta farsa insostenible de “unificación” de los sectores antagónicos del peronismo, que ahora reaparecen conviviendo armoniosamente - pero bajo la pretendida hegemonía del peronismo menos conservador, según observa la progresia kirchnerista - fue catalogada como un salto de madurez. Pronto, algunos sectores progresistas se vieron en la situación de tener que justificar las gorileadas de los burócratas sindicales, tarea que desarrollaron estoicamente sin ponerse colorados. Esta reivindicación forzada, consolidada desde la 125 hasta esta parte, se desarrolla a través de una mística que reivindica no solo a las estructuras de gobierno, PJ y CGT, sino que sostiene que la izquierda es la derecha y nubla que los tiros de los muchachos de Pedraza iban dirigidos, más allá de su destino final, contra otros trabajadores.

Desde 678, un panel de periodistas liberales lanza en sus canciones que “la izquierda dice que Cristina hace el bien para hacer el mal” y se reivindican, con una sinceridad macartista profunda, que “a la izquierda del kirchnerismo no hay nada”. La negación es el primer paso, el segundo fue cagarlos a tiros, aunque cada acción la ejecuten actores diferentes.

En su momento, se escucharon pocas voces repudiando los dichos de un dirigente de primera línea de la CGT, como lo es el metalúrgico Julio Belén, que afirmó que la CTA es “la zurda loca, la cuarta internacional que manejan desde afuera”, y sugirió que el mayor peligro de desestabilización viene desde la izquierda.

Tampoco fueron mayoría las voces del oficialismo para repudiar la persecución que durante años llevó adelante la UTA contra los trabajadores del Subte o el visto bueno que dio la conducción del gremio de la alimentación para que la policía bonaerense haga detenciones dentro de la planta de Kraff durante el conflicto que se desató el año pasado en esa empresa. El crimen del maestro Carlos Fuentealba en mano de la policía neuquina, provocó que la principal central sindical del país decretara al menos una hora de paro. Hecho que al no repetirse esta semana muestra pone en claro la dificultad de Moyano para "separarse" en la práctica de la conducción de uno de los gremios más importantes de la central que encabeza.

En la movilización del jueves último a Plaza de Mayo o en las principales ciudades del país, se evidenció el amplio consenso popular tras el reclamo de justicia y el rechazo a la burocracia sindical. La izquierda, o más precisamente: el espacio político "a la izquierda del kirchnerismo" se expresó con contundencia, enarbolando banderas que el gobierno pretende para sí mientras las pisotea. Esto le preocupa más al kirchnerismo, que las críticas que le surjan por derecha, que le terminan resultando funcionales. En cambio, el cuestionamiento, pero sobre todo la visibilidad masiva en las calles de otras voces más consecuentes enarbolando consignas de justicia, derechos humanos y libertad sindical, descalabra toda estrategia oficial.

Las presencias minoritarias de figuras oficialistas (Baradel de SUTEBA, Luis D’Elía, Nuevo Encuentro de Martín Sabatella) no alcanzan para disimular la premeditada a ausencia de organizaciones afines al oficialismo en la movilización del jueves último. La masividad en el repudio al asesinato de un militante popular no aparece en el podio de la jerarquía de algunos jóvenes dirigentes con teléfono abierto en la oficina de Oscar Parrilli, todos ellos muy preocupados en no "hacerle el juego la derecha".

La identificación acrítica entre el kirchnerismo y la CGT se fue consolidando al punto que la semana que viene, cuando se cumplan diez días del asesinato de Mariano Ferreyra, La Cámpora realizará una serie de actividades en conjunto con las 62 Organizaciones Peronistas, en las que hablarán bronces sindicales de la calaña del porteñazo Alejandro Amor y la mano derecha de Pedraza, el ”Gallego” Fernández.

Un capítulo aparte merece la cobertura mediática. Contradictoriamente la presencia de los medios fue la que colaboró para que desde un primer momento estén claras las responsabilidades materiales del asesinato de Mariano Ferreyra. Sin embargo, los medios masivos, voceros de los grupos de poder, fueron los que reiteradamente hablaron de un “enfrentamiento entre sindicatos” o de la “violencia gremial que vuelve a teñir de rojo al país”, discursos tan característicos de los sectores patronales que buscan desprestigiar a la organización de los trabajadores, justamente en momentos en los cuales se discute la participación de algunos sectores obreros en la rentabilidad empresaria.

En sintonía con las respuestas del gobierno en la voz de los ministros Carlos Tomada y Aníbal Fernández, profesionales en desconocer públicamente aquello en lo que son especialistas en privado, aparecieron también las operaciones de prensa oficialistas. 678 y la agencia Telám intentaron por todos los medios vincular a José Pedraza con Eduardo Duhalde, cosa que por otra parte no ha de ser difícil de lograr, pero que no modifica el escenario ni limpia los niveles de responsabilidad en el esquema que hizo posible la muerte de Mariano. El ex presidente, asesino nunca juzgado, no maneja la Policía Federal ni el Ministerio de Trabajo ni las alianzas políticas del kirchnerismo.

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