La visión de Fidel (Recuerdos de Girón)


Víctor Dreke Cruz / Mariátegui
17/04/11


En abril de 1961, me encontraba en el poblado villaclareño de Atillo, al frente de una escuela de formación de milicianos para proseguir la Lucha Contra Bandidos (LCB), y quitarle la posibilidad al enemigo de contar con un apoyo armado interno en las montañas del Escambray.

Pero se decidió terminar esos cursos y fui destinado como Jefe Militar del Sector 4 Sagua-Corralillo, que es mi tierra natal. Ya en esa fecha yo tenía los grados de capitán del Ejército Rebelde e iba a solicitarle al Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, mi traslado hacia el Caney de las Mercedes.

En la madrugada del 17 de abril me dirigí al Escuadrón 31 de Santa Clara, y allí me encontré un gran movimiento de soldados y milicianos, con fusiles, metralletas, mochilas y cantimploras, y al indagar qué ocurría, se me informó que había ocurrido la advertencia de Fidel el día antes donde proclamó el carácter socialista de la Revoución: se había producido un desembarco de mercenarios por Playa Girón.

En honor a la verdad, yo ni siquiera sabía dónde estaba ese lugar y más o menos me explicaron, tras lo cual salí disparado hacia allá.

Partí de inmediato en un Buick rojo del 58, con mi chofer, el compañero Teodosio Miranda Rodríguez, a quien considero como un verdadero hermano.

Llegué como a las 8 o las 9 de la mañana del 17 de abril a Yaguaramas y le envié una nota a los comandantes René de los Santos y Raúl Menéndez Tomassevich, quienes estaban al frente de las operaciones en esa zona, y la respuesta fue que enseguida, por mi condición de capitán, asumiera la jefatura de dos compañías de milicianos: una perteneciente al Batallón 117 y la otra al Batallón 111, reforzada con compañeros de otras unidades.

Al frente de esta tropa comenzamos a avanzar, hasta que nos encontramos con un compañero herido sobre la carretera, quien nos pedía a gritos que lo auxiliáramos. A rastras pudimos llegar hasta donde estaba tendido y ensangrentado, y logramos sacarlo y entregarlo a los sanitarios, que comenzaron a curarle una herida en la parte delantera del cuello, para remitirlo de inmediato en lo que se pudiera hacia un hospital.

Informé de esto al comandante de los Santos y me ordenó que continuáramos avanzando para enfrentar a los paracaidistas mercenarios que se habían posicionado cerca de allí.

Recuerdo que entramos por un campo de caña para ocultarnos del enemigo, y aquello comenzó a arder y de pronto se armó tremendo tiroteo, durante el cual cayó el compañero que operaba la bazuka que llevábamos para enfrentar a los tanques.

El comandante de los Santos me había transmitido la orden del Comandante en Jefe de que por esa dirección en la cual avanzábamos teníamos que llegar a Playa Girón antes de las 6 de la tarde del 19 de abril.

Me comunicaron que el 18 desde por la tarde se iba a realizar una gran preparación artillera para ablandar las posiciones enemigas. Y así fue. ¡Nadie sabe cuántos cañonazos les tiraron nuestros artilleros a los mercenarios, pero fue durante toda la tarde, noche y madrugada del 18 de abril!

Más adelante me encontré con el comandante Víctor Bordón y con el capitán Emilio Aragonés, que avanzaban con una compañía de tanques en dirección a Playa Girón. Miré el reloj, y al calcular en un mapa la distancia, me percaté que a ese ritmo no tenía tiempo para estar a las 6 de la tarde en Girón y cumplir estrictamente la orden de nuestro Comandante en Jefe, y por la inexperiencia de aquellos primeros años tomé un yipi y decidí avanzar a toda velocidad delante de los tanques.

Pasé rápido por San Blas. Y ya cerca del Helechal los mercenarios atrincherados allí nos abrieron fuego y fui herido en el muslo y hombro derechos, y tenía esquirlas de granadas de mortero en la espalda.

El compañero Miranda me cubrió con su cuerpo y me arrastró hacia la cuneta, y aquello se convirtió en un verdadero infierno, pues los mercenarios nos disparaban, nosotros les disparábamos a ellos y los milicianos que venían detrás de nosotros también disparaban.

Miranda me subió a un vehículo bajo los proyectiles, y me trasladó hacia una posta médica en Yaguaramas, desde donde me remitieron en un carro de repartir leche hacia Santa Clara.

Recuerdo que mis acompañantes se preguntaban cómo yo estaba vivo si mi gorra con los grados de capitán estaba agujereada por el frente.

Yo estoy seguro que debe habérseme caído y en la tierra recibió esos impactos, pues de lo contrario no estaría haciendo este relato.

Y ahí comenzaron sustos más grandes que los del combate, pues además de las anteriores heridas, se llegó a pensar que tenía otra de mayor gravedad en un riñón a partir de una supuesta esquirla alojada en ese órgano y que se me debía operar de urgencia, y todo resultó que tenía el pedazo de metralla incrustado en el calzoncillo.

Me trasladaron a una clínica con más recursos, donde me atendió el doctor Lima Recio, especialista en rayos X, quien también ordenó hacerme otra placa, pero insistió en que me la hicieran sin pantalón ni calzoncillo, se comprobó felizmente el error.

A 50 años de aquellos acontecimientos, lo que más me ha impresionado siempre ha sido la visión y la estrategia de nuestro Comandante en Jefe, quien ordenó desde el primer instante aniquilar rápidamente al enemigo, para impedirle establecer una cabeza de playa, constituir allí un gobierno de esbirros y traidores y solicitar la intervención directa del ejército de Estados Unidos.

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