La Vía Campesina cumple 20 años de resistencia


Mariátegui
16/06/13

Esta semana se han congregado en Yakarta 500 delegados de organizaciones campesinas procedentes de 88 países así como 1.500 activistas de la Unión de Pequeños Agricultores de Indonesia “Serikat Petani Indonesia” en la VI. Conferencia Internacional de La Vía Campesina, para celebrar 20 años de lucha por la soberanía alimentaria.

Las conferencias internacionales de Vía Campesina se realizan cada cuatro años. Son el órgano máximo de toma de decisiones colectivas, de debates y de construcción de una agenda común de movilización del movimiento de pequeños agricultores, indígenas, jornaleros o campesinos sin tierra. La meta: articular una alternativa al régimen agro-alimentario actual. Una agricultura ecológica y sostenible, con respeto a los derechos de los campesinos y campesinas y contra el poder de las grandes corporaciones y la complicidad de los gobiernos con éstas. Las anteriores conferencias tuvieron lugar en Mons, Bélgica (1993); Txacala, México (1996); Bangalore, India (2000); Sao Paulo, Brasil (2004) y Maputo, Mozambique (2008).

La primera vez que estuve -mano a mano- con activistas de La Vía Campesina fue en 1996. Irrumpíamos una plenaria de Naciones Unidas en Leipzig (Alemania) con pancartas para denunciar los impactos de los transgénicos, rechazar los patentes sobre la vida así como defender la conservación y utilización sostenible de los recursos fitogenéticos para la agricultura y como “bien común”. El año siguiente cooperamos en la organización del 2º Encuentro Intercontinental contra el Neoliberalismo y por la Humanidad, en solidaridad con los Zapatistas, que tuvo lugar aquí en la Península. 

Dos años mas tarde estuvimos sentados juntos en una asamblea en Bangalore (India) preparando las movilizaciones contra la Organización Mundial de Comercio (OMC) en Seattle. Desde entonces caminamos juntos. Recuerdo, por ejemplo, como en diciembre de 2009 bloqueamos, a las seis de la mañana, la entrada de la OMC en Ginebra, –como protesta contra la especulación alimentaria-, o días más tarde en Copenhague, bajo la nieve, nos sujetábamos –hombro a hombro- para resistir la violencia policial que nos impedía la entrada al edificio de la Convención de Naciones Unidas sobre Cambio Climático donde exigíamos “justicia y un cambio del sistema”.

Uno de los momentos más emotivos que viví con La Vía Campesina fue aquella misión a Colombia en 2007. Representantes de distintas comunidades y organizaciones indígenas (emberakatío, wayuú, kankuamo, barí, kuna), campesinas, afrodescendientes y sociales colombianas e internacionales, nos reunimos primero en Bogotá en el Seminario “Crisis planetaria, derechos humanos y agrocombustibles” para reflexionar sobre los impactos y las luchas contra las plantaciones de palma africana y caña destinadas a producir agrocombustibles (http://bit.ly/ZMem87). 

Y después, una pequeña delegación viajábamos al Urabá antioqueño. Visitábamos las comunidades de la cuenca fluvial del Jiguamiandó y Curvaradó, quienes luego de ser desplazadas violentamente en varias ocasiones por el Ejército y grupos paramilitares, sufrido más de cien crímenes, regresan y encuentran que sus tierras están cubiertas de palma aceitera – un desierto verde.

Cabe aclarar que entre 1996 y 2003 sufrieron el terror de las acciones llevadas a cabo por grupos paramilitares con el apoyo de las Fuerzas Armadas colombianas. A través de asesinatos, torturas, desapariciones, destrucción y quema de viviendas, bombardeos… Diez años después, en una demostración de valentía –en medio de amenazas permanentes- la gente comenzaba lentamente a retornar a sus hogares destruidos y se encuentra con que sus tierras y bosques –en los que han habitado por más de 120 años- estaban ocupados por los mismos paramilitares responsables de las masacres que les empujaron al desplazamiento.

Nuestra delegación internacional se solidarizó con aquellas comunidades afrodescendientes e indígenas, que habían comenzado a eliminar plantaciones de palma de aceite para recuperar su territorio. Nos pusimos a sembrar maíz en defensa de la vida y la soberanía alimentaria. Muhammad Yunus Nasution, representante de La Vía Campesina de Indonesia y también afectado por los monocultivos de palma en su país, no hablaba castellano ni inglés. Elisha Kartini, técnica agraria de la misma organización que Yunus (la SPI) nos ayudaba con la interpretación. 

Pero con el avance de las horas, los campesinos de estas aldeas del Chocó y el campesino indonesio se entendían con su propio lenguaje de risas, abrazos, miradas y gestos de fraternidad. Les unía un mismo problema, un mismo enemigo. Y, allí, en medio de unas tierras usurpadas y ocupadas ilegalmente, arrancábamos los troncos de la palma y sembrábamos maíz para un nuevo amanecer. La siembra fue un “No a la destrucción ambiental, a la destrucción humana, a la imposición de un modelo de desarrollo excluyente”. Hoy, las comunidades siguen luchando por la restitución plena de sus tierras colectivas.

¿Por qué tanta violencia? El aceite de palma es una materia prima estratégica en el comercio global de los agronegocios ya que es el aceite vegetal más comercializado y consumido en el mundo, como producto alimenticio, industrial y energético. Las consecuencias negativas de los monocultivos de palma aceitera son una realidad no sólo en Colombia, sino también en Indonesia, Malasia, Papua Nueva Guinea, Uganda, Ecuador, Brasil, Honduras y muchos otros países. Un negocio lesivo que vulnera los derechos de las comunidades locales, el Derecho a la Alimentación y causa deforestación, la segunda fuente de contribución a los niveles crecientes de dióxido de carbono en la atmósfera que está causando la crisis climática. 

La expansión de la palma es la mayor causa de deforestación en Indonesia, país con la mayor superficie plantada y la cuota de destrucción de bosque tropical más alta del mundo. Según el Forum Permanente de Asuntos Indígenas de Naciones Unidas, 60 millones de indígenas en el mundo corren riesgo de perder sus tierras y medios de subsistencia por la expansión de plantaciones para producir agroenergía. De ellos, 5 millones viven en Borneo. En Indonesia los conflictos por la expansión de las plantaciones de palma aumentan: las grandes empresas están expropiando ilegalmente a los agricultores y contratan vigilancia privada para imponer el estado de hecho.

Este relato de la delegación, puede ser una buena imagen para ilustrar el trabajo de La Vía Campesina, la organización internacional que esta semana cumple veinte años. Henry Saragih conoce muy bien los conflictos con las plantaciones. El representante de Serikat Petani Indonesia (SPI), la organización coordinadora de la Secretaría Internacional de La Vía Campesina desde 2004, se ha dirigido esta semana a la VI. Conferencia Internacional en Yakarta con un sentido discurso recordando las luchas que unen a todo el campesinado del mundo. 

La Vía Campesina apoya a los pequeños campesinos en vez de los monocultivos agroindustriales. Practican agroecología –sin tóxicos- y rechazan la “Revolución Verde y los transgénicos para responder a la crisis ecológica del planeta. Demandan reforma agraria y el fin del robo de tierras. Se oponen a la agenda neoliberal de políticas de “libre comercio” que ha destrozado las economías en los últimos 30 años, ha conducido a millones a la quiebra y la migración forzada -convirtiendo la alimentación de un derecho a una mercancía-. Y, exigen el fin de todas las formas de violencia contra las mujeres, quienes, de hecho cultivan la mayor parte de los alimentos en el mundo.

Luego de intensas jornadas protagonizadas por las asambleas de mujeres y jóvenes, celebraron numerosos foros donde identificaron y debatieron sus mayores logros y desafíos. Una consecuencia del despliegue efectivo de sus habilidades es que, a pesar de que La Vía Campesina representa a unas poblaciones marginadas –incluso dentro de muchos ámbitos políticos y sociales- su voz no es marginal sino mundialmente reconocida. Han logrado posicionar en el debate internacional y en los movimientos sociales el principio de la soberanía alimentaria: el derecho de los pueblos a decidir las características de su modelo agro-alimentario, la autosuficiencia, un mundo rural vivo, una agricultura campesina a pequeña escala, circuitos cortos de comercialización, la igualdad en la distribución de la tierra y el control democrático local sobre los medios de producción. 

En algunos países muchos de estos principios se han convertido en política pública. Un amplio sector de la comunidad científica reconoce ahora los efectos positivos de la agroecología, en la reducción de la pobreza y la mitigación del cambio climático, como de la misma manera lo defiende el relator especial de la ONU para el derecho a la alimentación, Olivier de Schutter. También han conseguido que Naciones Unidas reconozca los Derechos de los Campesinos. Quizás como pocos colectivos emancipativos internacionales, La Vía Campesina ha logrado dar prioridad a la igualdad de género y colocarlo en el centro de sus agenda, como muestra la campaña “Fin a la violencia contra la mujeres”.

La mayor organización no gubernamental internacional de campesinos, indígenas y pescadores, fundada en 1993 en Bélgica, representa actualmente a más de 200 millones personas de 183 organizaciones en todo el mundo. Y nos alegramos que, a veinte años de su creación, ha aumentado su tamaño, su influencia y su cantidad de miembros en los cinco continentes.

"La Vía Campesina le ha dado voz a la pequeña agricultura en un momento en el que las grandes multinacionales aseguraban que sus políticas disminuirían el hambre y la pobreza en el mundo, ya hemos visto que no ha sido así", explica Javier Sánchez, representante de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos de España y de la Plataforma Rural.

Josie Riffaud, campesina de Gironde (Francia), involucrada en la Confederación Paysanne y miembro de la Vía Campesina, reitera la "necesidad de una transición ecológica frente al modelo neoliberal que promueve el crecimiento sin límites y que, hoy en día, muestra señales de agotamiento y límites ecológicos que ponen en serio riesgo la supervivencia de la vida en el planeta." La redistribución de los recursos y no la cantidad de alimentos producida, nunca será resuelto por el capitalismo, ya que su esencia es la creación de estos problemas de desigualdades, señala la dirigente campesina francesa.

"La agricultura industrial no nutre a la gente, la hace morirse de hambre. Lo que es nuevo para nosotros, es la aparición de una agresividad todavía más fuerte del capitalismo, con la economía verde, el mercado de bonos de carbón y todas las falsas soluciones frente a los problemas climáticos", denuncia. Ella confesa estar también muy preocupada por los conflictos armados, creados por los fenómenos de acaparamiento de tierras y explotación extractiva de los territorios. La lucha por la paz es también una cuestión crucial hoy en día, opina.

En los últimos años, lo que ha caracterizado este movimiento es la estrategia de confrontación directa con la globalización neoliberal impulsada por las grandes corporaciones e instituciones como la OMC, el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional. Como “constructores se sueños, luchas y revoluciones” han despertado el entusiasmo y han logrado el apoyo de diversos sectores de la sociedad civil global. De hecho muchas charlas que solemos organizar localmente sobre Soberanía Alimentaria siempre están bien acogidas.

La Vía Campesina da calor y es todo un ejemplo de dedicación. Con coraje, imaginación y un impulso vital durante la última década, había –tal vez- asumido el papel que el movimiento obrero había ocupado décadas atrás, dinamizando muchas movilizaciones nacionales e internacionales contra la globalización, en situaciones tan diversas como las cumbres de cambio climático, la protesta contra Monsanto tras el terremoto en Haití o la oposición a golpe militar en Honduras. El movimiento trabaja para construir coaliciones amplias con otras redes y sectores sociales. Este dinamismo se basa en la premisa de que “debemos cambiar la sociedad si queremos cambiar las políticas agrarias”.

Entre los retos: frenar el acaparamiento de tierras cultivables que fue profundizándose principalmente a partir de la crisis financiera, energética y alimentaria de 2007 y 2008 y se ha convertido en uno de los conflictos más alarmantes, convirtiendo la tierra en un activo financiero sujeto a grandes ataques especulativos. Combatir la concentración de la riqueza, los bajos precios que se pagan a los agricultores, la corrupción en algunos gobiernos y la incorporación de los jóvenes a la actividad agraria. Asimismo se integrarán pronto nuevos miembros de Australia y los países árabes a La Vía Campesina.

Paul Nicholson, uno de los primeros militantes de La Vía Campesina con el que he tenido el gusto de trabajar, enumeró en Yakarta cinco desafíos para la organización: “hemos creado un patrimonio político, cohesión ideológica basada en una visión común, que nos ha ayudado a comprender el mundo y del futuro. Y nos ha proporcionado la capacidad de acción local y global. Esta diversidad y unidad es la herencia que queremos fortalecer. Lo otro es visibilizar las resistencias locales. Por pequeñas que sean, son parte de una lucha global porque con estas acciones estamos construyendo una nueva sociedad, con alternativas económicas basadas en la soberanía alimentaria. Tenemos que eliminar la violencia contra las mujeres y asegurar la plena participación paritaria de las mujeres y jóvenes en la vida organizativa y económica. Frente al aumento de los niveles de criminalización de los miembros de La Vía Campesina, hay que reforzar la capacidad de crear apoyo político, presencia y solidaridad. Y, por último: fortalecer el movimiento global por la justicia social”.

Los campesinos también plantearon en el encuentro internacional su rechazo al modelo extractivista que trata de explotar los recursos naturales, especialmente el problema de las nuevas técnicas como el “fracking” o fractura hidráulica.

Después de ocho años en Indonesia, el secretariado de La Vía Campesina se muda a Zimbabwe. Henry Saragih: “África es un continente muy importante porque allí las corporaciones transnacionales acaparan la tierra y pretenden imponer una nueva “revolución verde” con transgénicos. Por eso nos solidarizamos y unimos con los movimientos campesinos de África… para que puedan decidir el camino que beneficie realmente a la gente”.

El G-8, que se reúne ahora en Irlanda, desoirá las demandas de los campesinos para acabar con el hambre. Pero por eso resulta tan importante desenmascarar las falsas “soluciones” y apoyar soluciones reales recogidas en el “Llamado de Yakarta” para construir una nueva sociedad basada en la justicia y la soberanía alimentaria.

Tom Kucharz, miembro de Ecologistas en Acción

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