(Video) 55 Aniversario del triunfo revolucionario: en Cuba la libertad se llama Revolución



Mariátegui
31/12/13

TV cubana.- Para las cubanas y los cubanos el Primero de Enero significa no solo el comienzo de un nuevo año, sino también de acciones en beneficio la sociedad cubana. En estos 55 años se han protagonizado páginas gloriosas de internacionalismo y solidaridad con otros pueblos del mundo.


La libertad se llama Revolución

Lissy Rodríguez Guerrero - Granma.- Los hombres la reclamaban. Tenían la certeza de que llegaría, en algún momento, aunque fuera solo con 12 hombres. El amor a la libertad, diría uno de ellos llamado Ernesto, solo se iguala al odio por quien te la quita. En ella se refugia todo sentimiento humano de expansión, de conquista, de dignidad, como si el ahogo por no tenerla fuera demasiado asfixiante.

Entonces los hombres lucharon por conquistarla. Y la conquistaron. Desde los que dejaron a un lado sus familias, sus riquezas y preferencias personales, hasta quienes convirtieron la lucha en su única y verdadera satisfacción, los hombres llegaron a la libertad por un camino largo y lleno de dejaciones. Y un día se convirtió en un hecho, y para legitimarlo, una paloma se posó en el hombro de quien dirigió la lucha por la libertad.

Los hombres salieron del fondo de sus casas, de los huecos de sus patios donde escuchaban las transmisiones de radio, de la pobreza, el hambre, y tomaron un farol, para aprender a enseñar. La sombra de los árboles se convirtió en aula improvisada y allí conocieron de las letras y los números, y de los libros. Aprendieron de la libertad.

Así fue creciendo, poco a poco, el símbolo que ella traería entre sus manos, para regalarle a la gente. Se nombró Revolución. Llegó a cada cubano, al que la recibió con los brazos abiertos, al que la rechazó y criticó, a quien no podía entender qué estaba pasando, pero se dejó llevar.

Porque la Revolución se metió en la gente, en sus casas, sus sueños. Convivió con cada hombre en sus dificultades. Se equivocó también, y lo reconoció. Enseñó a pensar.

Tuvo enemigos, claro está. Los tuvo y los tiene: quienes sienten que ante sus narices un pueblo conquistó su autonomía, en un mundo donde la gente es cada vez más dependiente.

Hubo un momento que el odio visceral entró a la Isla que había alcanzado la libertad, por aquello de no aceptar los precios del mercado que se le exigían, en nombre de la libertad. Y los hombres libres volvieron a defenderla. Fue en el mes de abril, cuentan, cuando en Playa Girón se batieron a capa y espada, por mantenerla.

No se cansó la Revolución, y siguió su empeño de defenderse, aun cuando la historia se repitió una y mil veces. Los dueños de la explotación, el caos, la desigualdad, le impusieron un bloqueo. A partir de ese momento fue más difícil comprar, vender, negociar, vivir... . Sin embargo, los hombres que pelearon por la libertad, siguieron creyendo en la importancia de no perderla.

Ella comenzó a meterse en la sangre de la gente, en el ADN, a ser la única y definitiva forma de vivir. Al punto de que en los momentos más difíciles, en esos años llamados Periodo Especial, sus hijos se convirtieron en artífices de los más insospechados oficios.

El bolsillo de los habitantes del país se empezó a aligerar y proporcionalmente las iniciativas de las mujeres y los hombres comenzaron a ser cada vez más diversas. Fue necesario buscar soluciones para enseñar y alimentar, pero ninguna significaría renunciar a la libertad.

Ahora, a más de medio siglo de alcanzada, Libertad continúa siendo el calificativo de una Revolución renovada e independiente, con 11 millones de hijos dispuestos a luchar por sostenerla.


Primero de Enero. Dos testigos, una emoción

Dilbert Reyes y Eduardo Palomares

Santiago de Cuba.— El primer día de enero de 1959, casi Santiago entero cupo en las calles y la plaza principal de la ciudad.

Por diferentes rutas y desde todas direcciones avanzaron los barbudos que bajaban de la Sierra, mientras eran aclamados por el pueblo convertido en masa eufórica.

Aquella jornada fue una muy clara expresión de que la causa rebelde era popular; pues de no ser por los uniformes, las armas y las barbas largas, no podrían diferenciarse pueblo y guerrilleros.

UN SENTIMIENTO LIBERADOR

"¡Batista se fue, se cayó Batista!, fueron los primeros gritos que llamaron la atención en mi casa. La gente se volcaba a las calles y yo, una adolescente de 14 años, salí con una tía a confirmar la noticia", cuenta 55 años después, la actual Historiadora de Santiago de Cuba, la doctora Olga Portuondo Zúñiga.

"Aunque tenía parientes vinculados en la clandestinidad a la causa revolucionaria, y conocía de los justos principios que proclamaban, todavía yo estaba muy lejos de imaginar lo que sería la Revolución.

"Sin embargo había conocido del terror y la crueldad sangrienta desatada por la tiranía, cuando, por ejemplo, vi asesinar frente a mi casa al jovencito Omar Girón. Mi barrio era el mismo del cuartel Moncada, y desde el asalto en 1953, la zona había vivido en permanente estado de sitio, con la tensión constante de la persecución y las ejecuciones a sangre fría.

"Por eso nada más que el anuncio de la huida de Batista nos colmó de entusiasmo y alegría, y nos arrastró, junto a la muchedumbre hacia el parque Céspedes, donde se aseguraba que hablaría Fidel.

"Ciertamente fue largo el tiempo de espera. Algunos se marchaban dada la hora tardía, pero aún así el parque permaneció lleno hasta que llegó el jefe rebelde y se asomó al balcón del Ayuntamiento. La curiosidad y la esperanza alimentaban la euforia de la gente, y mientras él discursaba, el pueblo aclamó y ovacionó varias veces sus palabras.

"Con 14 años, inocente todavía de lo que significaba en toda su dimensión aquel cambio trascendental, no podría decirles que escuché e interpreté con profundidad aquel discurso. Incluso para aquella adolescente Fidel solo era el guerrillero, el jefe de la Sierra, el hombre del Moncada.

"Pero de algo sí estaba clara aquella jovencita esa jornada: el 1ro. de Enero de 1959 experimentó el más grande sentimiento liberador, la certeza de que al fin terminaba el pánico en la calle, el terror, el miedo a la represión de muchos años. Eso vi en aquel Fidel hablando en el balcón, y en aquel ejército de hombres que entraron a la ciudad, barbudos, de verde olivo, con olor a monte".

CON FIDEL HASTA SANTIAGO

La misma intensa emoción, pero desde una perspectiva diferente, vivió aquel día el combatiente Miguel Franco Rodríguez.

Pocos meses antes había subido a la Sierra, escapando de la persecución de la tiranía por sus actividades clandestinas, y pronto fue integrado a la Columna 9 que operaba cerca de la ciudad, por la dirección de El Caney.

"El rumor de la huida de Batista se había regado entre la tropa; pero permanecíamos tranquilos en el campamento que dirigía Filiberto Álvarez, "El Negro". De pronto, recostado de un ciruelo, veo acercarse dos carros, y en el segundo iba Fidel. Casi me paraliza la emoción, pues aunque lo había visto en imágenes, no conocía personalmente a mi Comandante. Me impresionó de verdad.

"Fue ahí donde comencé a vivir el privilegio de acompañarlo, a modo de escolta —aunque tenía la suya— hasta la entrada a Santiago. Del campamento lo seguimos hasta El Escandel, donde se negoció la rendición de Santiago, y des-de ahí, ya de noche, emprendimos la ruta en caravana a la ciudad.

"Desde el mismo inicio de la avenida Garzón la calle era un mar de gente, saludando, queriendo tocar las manos, el uniforme, pidiendo una balita de recuerdo, un collar, y así fue hasta llegar a la emisora de radio CMKC.

"Custodiamos la entrada de la planta hasta que el jefe salió y enrumbamos luego hacia el parque Céspedes. Tanta gente había que al menos mi carro no llegó a la plaza y avanzamos a pie, justo hasta ubicarnos en uno de los costados bajo el balcón, para observar y proteger.

"No cabía un alma en aquel parque. La aparición del líder fue casi mágica, y la gente desbordaba de emoción. Nosotros mismos no escapábamos al ambiente del momento y mientras el jefe hablaba evocábamos los compañeros caídos en la lucha.

"Tratamos de mantener firme hasta el gesto, pero a cualquiera se le aguaban los ojos. Fue-ron tantas emociones y tantos los recuerdos que hoy, 55 años después de la victoria, no es posible que nos quepan en la memoria".

Diciembre de 1958. Avizorando el triunfo

Arianna Ceballo González y Amaya Saborit Alfonso

Diciembre de 1958 concluía y presagiaba el fin del régimen batistiano. La caída de Jiguaní posibilitaba disponer de más tropas y recursos. El Comandante en Jefe había elaborado los planes tácticos de las operaciones militares, y ya solo quedaban Palma Soriano y Maffo. Toda la estrategia estaba en función de la Operación Santiago y, posteriormente, la Operación Santa Clara, ejes absolutos en la fase última por el derrocamiento de la tiranía.

La liberación de Palma Soriano se trazó y acordó el 22 de diciembre de 1958 en la Finca Arroyo Naranjo, en el Tamarindo, con la participación de los Jefes del primero, segundo y tercer frentes, Fidel, Raúl y Almeida, cuyas fuerzas trabajarían de manera conjunta. Luego de cinco días de intenso combate, el día 27 caería el último reducto, la Compañía 104 de la infantería enemiga —ubicada en el Almacén de Café de Casas y Compañía.

Con la liberación de Palma Soriano, la Carretera Central quedaba limpia desde las proximidades de Bayamo hasta Santiago de Cuba, y las fuerzas revolucionarias ocupaban el más grande botín de guerra obtenido hasta entonces en una acción durante la tiranía batistiana: "Última hora. Tomada Palma Soriano por las Tropas Rebeldes. 286 prisioneros. 354 armas ocupadas". Así anunciaba el 27 de diciembre de 1958 un parte militar redactado por el Comandante en Jefe y transmitido por Radio Rebelde.1

Tres días después y tras 20 días de arduos combates, cae en poder del Ejército Rebelde el poblado de Maffo. Como aludiera Fidel: "Al caer Maffo no queda una sola fuerza enemiga entre Bayamo y Santiago de Cuba.

"En cuarentaicinco [sic] días las fuerzas de las columnas uno y tres, han ocupado más de 700 armas, 186 000 balas y han ocasionado al enemigo, entre prisioneros, muertos y heridos, cerca de mil bajas. Sumados a los que se han ocupado en otras partes de la provincia de Oriente en los últimos dos meses pasan de dos mil el número total de armas arrebatadas (...) La batalla de Santiago de Cuba comenzará de un momento a otro".

Ante el ritmo de los acontecimientos, la dictadura batistiana sabía que tenía contada sus horas. El 28 de diciembre, después de la victoria en Palma Soriano y dos días antes de caer Maffo, el Comandante en Jefe sostuvo una entrevista con el general Eulogio Cantillo, en las ruinas del central Oriente. Este último acordó "aparentemente" la rendición del ejército batistiano, al mostrar su disposición de sumarse al movimiento revolucionario que precipitaría la caída del régimen.

No obstante, en oposición a lo acordado para el día 30 —fe-cha en que Fidel avanzaría sobre Santiago de Cuba— Cantillo envió una nota solicitando una prolongada tregua que se alejaba de lo pactado. Ante esto, Fidel respondió desde Maffo, a través del coronel Rego Rubido —jefe de la Plaza Militar de Santiago de Cuba—, y expresó: "El contenido de la nota (...) es ambiguo e incomprensible. Me ha hecho perder la confianza en la seriedad de los Acuerdos. Quedan rotas las hostilidades a partir de mañana a las 3 p.m. que fue la fecha y hora acordada".

El 31 de diciembre, el Comandante en Jefe escribió directamente a Rubido, y aclaró: "Al parecer había otros planes, pero no se me informaba cuáles ni por qué. De hecho ya no era cosa nuestra la cuestión. Teníamos simplemente que esperar. Unilateralmente se cambiaba todo. Se ponía en riesgo a las fuerzas nuestras, que de acuerdo con lo que se contaba habían sido enviadas a operaciones difíciles; quedábamos sujetos además a todos los imponderables".

Y agregó en otra parte del texto, con esa preclara visión: "Me preocupa incluso que los militares por un exceso injustificado de escrúpulos, faciliten la fuga de los grandes culpables, que marcharán al extranjero con sus grandes fortunas para hacer des-de allí todo el daño posible a nuestra causa".

El Jefe de la Revolución ratificó al militar enemigo que, aunque pudiesen reanudarse las conversaciones antes del inicio de los combates por la toma de Santiago de Cuba, "a partir de hoy debe quedar advertido que el ataque se va a producir de un momento a otro y que por ninguna razón volveré a suspender los planes".

Ese mismo día, Fidel afirmó por Radio Rebelde: "Hoy vengo a decirle a nuestro pueblo que la dictadura está vencida. Es posible que la caída de Batista sea cuestión ya de 72 horas (...) luce evidente que el régimen no pueda resistir por más tiempo. Las fuerzas que lo defienden se están resquebrajando en todas partes".

Fidel le habló a los santiagueros a través de Radio Rebelde en la mañana del 1ro. de enero. Explicó que la guarnición de Santiago —defendida por unos cinco mil soldados— estaba cercada y si ese día a las seis de la tarde, no deponía las armas, las tropas rebeldes avanzarían sobre la ciudad y tomarían por asalto las posiciones enemigas. Santiago de Cuba estaba totalmente sitiada.

Nota.-
1 Todas las citas fueron tomadas del libro De la Sierra Maestra a Santiago de Cuba. La contraofensiva estratégica, Fidel Castro Ruz.


Y se abrieron las puertas de Santiago

Granma reproduce la narración que hiciera el General de Ejército Raúl Castro Ruz, el 18 de diciembre del 2010, en la Asamblea Nacional

... Yo me metí en el mismo despacho de Chaviano, en el mismo en que me interrogaron cuando el Moncada, entré por la misma puerta.

Cuando fui prisionero, por suerte, muchos días después que cesó la represión y la matanza de compañeros que asaltaron el Moncada, no me pegaron, a mí no me dieron, no pasé por esa experiencia. Dentro de esa circunstancia traté de portarme lo más dignamente posible, sin insolencia, y me pasaron por hileras de soldados que me iban insultando y el capitán y los oficiales que me llevaban se lo pedían: "Démelo, Capitán, para hacer justicia".


Cinco años, cinco meses y cinco días después, el primero de enero, entramos a Santiago de Cuba y yo fui al cuartel Moncada a hablarle a toda esa gente, y ahora entré entre vítores por el mismo lugar, y llevé un solo escolta, y les hablé. La misión era recoger a todos los oficiales y llevarlos a El Escandel, al lado del Caney, para que hablaran con Fidel. De ahí yo no pude salir, me cargó una multitud de soldados y sargentos, me llevó al barrio de ellos, ahí al lado del cuartel Moncada, y allí estuve, no podía salir de allí, me dieron café, etcétera, etcétera.

Estoy hablándole a la tropa, y empiezan: "Gerolán, Gerolán", y les pregunto a los oficiales de Batista, ¿Qué es el Gerolán ese?, no me hacían caso, "¡Gerolán!", y yo hablando a puro pulmón, desde un balcón, y, ¡qué vá!, nadie me decía lo que era el Gerolán, y no me dejaban hablar. El que iba conmigo no sabía tampoco; hasta que un oficial, me parece que era contador, algo ahí de la logística, un teniente o subteniente, se me acerca y dice: "Oiga, Comandante, Gerolán es el salarito extra que les dan cuando están en campaña" y digo: "¿Y qué, no se lo han pagado?" Me responden: "No, porque aquí ni se reportaban los muertos para poder robarse el dinero los jefes". Entonces digo: "Mañana, cuando la fortaleza esté en manos nuestras, Gerolán para todos ustedes". ¡Eeehhh!, se acabó el mundo. Digo: ¡Qué tropa tenemos delante aquí! Pedimos un préstamo a un banco y les pagamos el Gerolán...

Bueno, ¿y qué es lo que era el Gerolán? Era un jarabillo malo por ahí, que creo que tenía propiedades especiales, que los charlatanes toman.


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