Perú. Cecilia Heraud: Por fin la vera efigie de Javier



Winston Orrillo / Mariátegui
18/06/14


“Voy a la guerra por la alegría, por mi patria, por el amor que te tengo, por todo, en fin”
                                  Carta de Javier Heraud a su madre (Nov.62. Habana, Cuba)

“Entre los ríos”. Javier Heraud (1942-1963) es un cabal ejercicio biográfico sobre el autor de “El río”, iniciado hacia 1983, con una primera versión publicada, en 1989, por Mosca azul y Francisco Campodónico F., con el auspicio de CONCYTEC. La autora, Cecilia Heraud Pérez (1943), hermana menor del gran poeta y combatiente revolucionario, ha hecho un esfuerzo mayúsculo pues, en este volumen prácticamente, ¡y por fin!, nos hallamos frente a la vera efigie del eterno Poeta Joven del Perú, allende las tergiversaciones abyectas de los media y más allá de los que, mutatis mutandis, quieren entregarnos a un joven escritor encandilado y engañado por la propaganda socialista, especialmente por el fulgir de la impertérrita Revolución Cubana.

Para refutar todo esto, nos bastan las propias palabras de Javier-sus cartas especialmente- en las que no cabe la menor duda de que era absolutamente consciente de su decisión de adherirse a la lucha revolucionaria, pero no solo “intelectualmente” sino en la ejecución de acciones que pudieran, por fin, derribar a la sociedad de clases, a este Establishment realmente responsable de los desaguisados que vive la humanidad entera.

Además, allí está su adhesión a la Primera Revolución Socialista del mundo, a la Patria de Lenin. En carta a su gran amigo, el poeta Arturo Corcuera, escribe sin reticencias: “Cada vez que escucho música soviética me pongo a llorar. Aquí recién me doy cuenta que amo al pueblo soviético, es lo más grande que hay. Estoy leyendo marxismo, a Lenin, a Stalin, etc. Me he dado cuenta (de) que soy marxista leninista y que la única revolución posible es la del proletariado (subrayado nuestro).Tú quieres saber mis impresiones de la URSS. En realidad es más de lo que pudiera decirte, es algo maravilloso, extraordinario. ¡Qué gente, qué bondad, qué humildad! (“Entre los ríos…pags. 192-193).

Y, en misiva a la madre es aun más explícito: “Soy poeta y con eso nada se hace en el Perú…¿Qué Uds.  se sienten orgullosos de mí como poeta, que los comentarios? Bah, eso es momentáneo. Uds. como familia burguesa tienen que aspirar para mí una posición económica : y eso yo no lo acepto. Yo por mí en el Perú sería cualquier cosa. Obrero, peón, no importa: Pero yo sé que a Uds. les dolería . Uds. siempre se han formado la idea de ver a sus hijos ricos, etc.…Y la culpa de eso la tiene la frivolidad capitalista y burguesa. 

¿Y qué desea la Unión Soviética? La paz, la amistad entre los pueblos. El pueblo soviético perdió durante la última guerra 17 millones de personas. Todas las noticias a Lima llegan cambiadas. El pueblo soviético es el pueblo + maravilloso que he visto. Ellos no quieren la guerra porque destruiría al mundo. Los americanos sí porque ellos nunca han tenido una guerra en su territorio y no saben cómo es…Pregúntale a Cheli o a Carlos qué piensan de los rusos. Te dirán que en Rusia se comen vivos a los niños y que matan a las mujeres porque les da la gana…” (Ob.cit. pág. 186. Subrayado nuestro).

El libro es una riquísima compilación de documentos y testimonios de amigos y camaradas del poeta, los mismos que nos ofrecen una visión cabal del joven bardo, desde su etapa estudiantil –en el colegio y en las universidades Católica y  San Marcos; así como en los hitos de su estancia en la antigua URSS, en Francia, en Cuba, en la preparación guerrillera, así como en la misma acción heroica que le costara la vida.

Así, acá tenemos invalorables opiniones y cartas y demás escritos de amigos como Dègale (el más entrañable, desde el colegio), y poetas, escritores como Arturo Corcuera,  Mario Vargas Llosa, Alfonso Imaña, Héctor Béjar, Max Hernández, José Miguel Oviedo, Manuel Cabrera, entre algunos otros. Todo lo cual nos permite reconstruir, con precisión, la conducta, actitudes y personalidad cabal de este sui generis poeta y combatiente revolucionario.

Pero, en todo esto, sobresale la relación con el padre, cuya personalidad se proyecta sobre el hijo, y cuya enhiesta conducta, ante el asesinato del hijo, es relevante.

Así, es imposible no citar la carta de Javier a su progenitor, donde pone los puntos sobre las íes: “Estando fuera se ve bien lo que se vive en Lima. (Esto no lo digo por mí, sino por ti). Tú bien sabes mi filiación revolucionaria y cómo a mí no me satisfacen los medios de vida del Perú. Tú no puedes comprender cómo avanzaría el Perú si viniese la revolución como en Cuba. Yo creo que va a venir, y es tarea a la cual yo tengo que contribuir. Si en este momento estallase un movimiento revolucionario en la sierra yo dejaría todo y llegaría para pelear con las armas. Las elecciones no van a cambiar nada: la revolución tiene que hacerse por las armas”. ( Carta desde París. En ob. cit. Pgs. 187-188. Subrayado nuestro).

Y a su madre, en carta escrita en noviembre de 1962, y que llegara a manos de aquélla cuando Javier ya había muerto: “Si supieras cuánto te amo. Si supieras que ahora que me dispongo a salir de Cuba para entrar en mi patria y abrir un frente guerrillero pienso más que nunca en ti, en mi padre y en mis hermanos, tan queridos…Voy a la guerra por la alegría, por mi patria, por el amor que te tengo, en fin. No me guardes rencor si algo me pasa. Yo hubiese querido vivir para agradecerte lo que has hecho por mí, pero no podría vivir sin servir a mi pueblo y a mi patria. Eso tú bien lo sabes, y tú me creaste honrado y justo, amante de la verdad de la justicia…porque sé que mi patria cambiará (Subrayado nuestro). Sé que tú también te hallarás dichosa y feliz, en compañía de mi padre amado y de mis hermanos, y que mi vacío se llenará pronto con la alegría y la esperanza de la patria…Te besa tu hijo. Javier”. 

Lo que sucede, para que entienda el lector, es que esta carta fue dejada, expresamente, por el joven poeta para enviársela a su madre si él muriera: por eso la misiva comienza: “Querida madre: No sé cuándo podrás leer esta carta. Si la lees querrá decir que algo ha sucedido en la sierra, y que ya no podré saludarte como siempre…” (Ob.cit. pag. 365).
En efecto, la carta le fue remitida a la madre del poeta, en vista que éste había caído en combate (se refiere, Javier, a la sierra, porque allí era donde debía iniciarse la chispa guerrillera: él cayó en Puerto Maldonado, precisamente, cuando se encaminaba, con su pequeña columna de vanguardia, hacia aquel lugar escogido para el inicio de las acciones revolucionarias en el Perú.

Por otro lado, el libro de Cecilia nos ofrece la numerosa serie de premoniciones que Javier tiene de su cercano fin, aparte del muy conocido “Yo no me río de la muerte” y su no miedo de morir “entre pájaros y árboles” que fue, precisamente, donde la andanada de balas criminales de un grupo de engañados pobladores, amén de policías, curas  y “autoridades”, acabó con su vida (como dato de una típica desinformación: el pueblo de Puerto Maldonado había sido, previamente aleccionado con la característica mentira fascista, al decírsele que estaba viniendo un grupo de criminales a robarles sus mujeres y sus propiedades…Solo así se entiende la ferocidad de la acción que acabara con la vida del Poeta Joven y dejó malherido a Alaín Elías, su compañero en la ya histórica canoa, en el centro del río Madre de Dios).
Aparte de lo anterior, no olvidemos que él había firmado su primer libro, a su hermano Jorge (Coco), como “el muerto de la familia”.

Javier  –escribió Cecilia- nos decía: “ Ya verán, yo seré el Rimbaud del Perú, escribiré hasta los 21 años y nunca más…”. Y lo asesinan en mayo de 1963, ¡precisamente a esa exacta edad!

Murió, pues, en efecto, a los 21 años: había nacido el 19 de enero de 1942.

Escribió  Arturo Corcuera “En toda la literatura universal no he visto un poeta que, como Javier, hablara con una idea premonitoria tan marcada de la muerte. Es realmente sorprendente  cómo hablaba de ella, sin miedo, con tanta naturalidad”.

El hermoso y heroico poeta joven, que ofrendó su vida por el inicio de la Revolución Peruana, había escrito, no lo olvidemos jamás: “Quiero que salgan dos/ geranios de mis ojos, de/ mi frente dos rosas blanca/ y de mi boca/ (por donde salen/ mis palabras)/ un cedro fuerte y perenne,/ que me dé sombra cuando/ arda por dentro y por fuera,/ que me dé viento cuando la lluvia/ desparrame mis huesos.// Echadme agua todas/ las mañanas, fresca y del río/ cercano,/ que yo seré el abono de/ mis propios vegetales.” (¿Se referiría al río Madre de Dios, donde lo mataron, y al que evoca, asimismo, premonitoriamente en su primer poemario, titulado asimismo, “El río”?)

Las balas dum dum, que lo abrieron como una flor, lo único que hicieron fue acelerar su paso a la inmortalidad.

En casi 400 páginas, en pulcro volumen del Fondo Editorial de la Universidad Católica, Cecilia Heraud ha pagado una deuda que la historia de la literatura y del pensamiento revolucionario del Perú reclamaban. Ella, organizadora de varias bibliotecas, y amante de los libros y la poesía, nos ha entregado un volumen que es un verdadero repositorio y un inexhaustible venero para todos los que quieran aprehender la urdimbre de un joven y revolucionario Poeta Joven, paradigma del nuevo Perú, aún por edificarse.

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