Perú. Marco Aurelio Denegri: Leer, aprender, ser


Winston Orrillo / Mariátegui
25/09/14


    “Una de las características de la Posmodernidad  es el aflojamiento
     de vínculos y la volatilidad de las relaciones y la levedad existencial
      o falta de peso, por falta de contenido o por reducción de la vida
     interior y disminución notoria y acelerada de la propia calidad o
     endocalidad de los seres humanos.// Hoy el peso específico de
     cada uno de los miembros de nuestra especie es menor…”
    
                                     
El largo epígrafe nos está conduciendo a familiarizarnos con el sentido cabal del nuevo libro de Marco Aurelio Denegri,  Poliantea, publicado por el Fondo Editorial de la Universidad Garcilaso de la Vega, responsable, asimismo, de la aparición de algunas de sus más recientes obras.

Consciente de lo difícil que resulta entender este título, el editor nos explica: “Poliantea. Voz de origen griego que significa, etimológicamente, `de muchas flores´ y que, en sentido figurado, quiere decir colección de noticias varias y comentarios diversos concernientes a distintas materias.”

Y de esto se trata: de una enjundiosa serie de artículos y/o ensayos de la que, independientemente de su conocida vocación por decodificar algunos --generalmente malentendidos en forma crasa-- temas de la órbita sexual, aquí se desprende una mayor cercanía a preocupaciones de tanta trascendencia como la que se manifiesta en el epígrafe en referencia: es decir, su intento de aprehender las simas de la condición humana y, particularmente, la que vivimos en la controvertida actualidad, bien o mal llamada posmoderna.

La pluma, tal un ariete, de Marco Aurelio, enfila contra aquella condición “basuralicia” a la que se ha llevado al hombre en los días que corren. Al respecto, es menester mencionar que uno de los más ricos aportes que nos da su lectura, es el reconocimiento de nuestra, no pobreza, sino inopia verbal: ingresar a sus páginas es como un fascinante periplo en las inexhaustibles riberas del idioma, con palabras tan poco usadas como “solencia”, “implenitud”, ”dentrura”, “peoría”, “urbícola” y/o “cacosmia”. 

Ya este enriquecimiento verbal bastaría para justificar su lectura, pero allí no se queda todo, pues MAD recurre en forma profusa a citaciones en latín y otros idiomas, y, con una erudición paradigmática, nos lleva a dilatar, ostensiblemente, nuestro universo cultural.
Pero una de las mayores virtudes de nuestro autor es su modestia a toda prueba: mientras un numeroso grupo de palurdos pseudoeruditos, nos abruman con la lista de sus grados (y malgrados), y títulos (y subtítulos) y un currículum vitae que más parece un ridiculum, él, simple, sencilla y filosóficamente, se autocalifica como un “polígrafo autodidacto”.
Apreciamos, pues, en este libro –de allí que recomendemos su urgente lectura-- una decidida preocupación por la condición del hombre de nuestro tiempo, al hacer una exégesis de temas que sobreabundan en la actualidad, como el de la estupidez.

Leamos lo que escribe, en precisa cita del autor de La náusea: “Dice Jean-Paul Sartre, certeramente, que la estupidez es una forma de opresión, el Orden Establecido nos la inculca, nos la infunde con ahínco en el ánimo y nos la impone. La estupidización colectiva es un arma del Sistema, un medio eficacísimo del Establishment para tener sojuzgada a la gente. De manera, pues, que la estupidez es incuestionablemente opresiva.”

De allí  se deriva, además, el título del presente artículo, pues la lectura de MAD, aparte de hacernos aprender mucho, nos sirve para la edificación de nosotros mismos, lo que justificaría el “ser” que hemos puesto en aquél.

Denegri es un experto –hay muy pocos-- en la temática amorosa, por lo que leerlo en el desarrollo de uno de estos ítems, como “Se puede amar a más de una persona al mismo tiempo” es una aventura inefable, especialmente cuando distingue entre el sentimiento amoroso y la pasión amorosa: “Esta última…propia del enamoramiento y el erotismo…”. Es cabal su precisión sobre “el sentimiento del amor” que, entre otros aspectos, “Consiste, además, en procurar que la persona amada alcance lo que se juzga su bien. Por bien debemos entender el desarrollo de la personalidad del otro, su enriquecimiento espiritual, su expansión de conciencia, su creatividad, productividad y la adquisición y desenvolvimiento de valores.” ¿Está claro, verdad?

Entre otras de las preseas que hay en este inabarcable volumen, se halla su dilucidación del término Cacosmia que él define, de acuerdo a la jerga médica, como voz que procede del griego kakós, malo, y osmé, olor. “La cacosmia es la perversión del sentido del olfato en cuya virtud resultan agradables los olores repugnantes o fétidos. A un enfermo de cacosmia, a un cacósmico, le parece fragante lo pestilente, y bienoliente y hasta delicioso lo excrementicio…”

El libro, por otra parte, por tratarse de una colección heteróclita de escritos, se lee con cierta facilidad –si contamos con un buen diccionario, por cierto, y escogemos, a nuestro gusto, verbi gratia, algunos de los siguientes textos: “La máscara o la vida como representación”, “¿Qué es el hombre?”, “¿Queremos realmente cambiar?” ”Comprender lo comprensible”, “Capacidad erectiva y filogenia”, “Proverbios”, “El empujón pélvico en el coito”, “Una equivocación de Raúl Porras”, ”Dios y la estupidez”, “Pérdida del peso específico y creciente empeoramiento”, “¿Puede fraccionarse la eternidad?”, “La eyaculación femenina”, “El indio y la señorita de altura” y “Cuestión de olfato”, entre varios otros.
Bueno, pero, a lo mejor, usted empieza por el primero y, como le pasa al que escribe estas líneas, no puede cerrar el libro hasta arribar a  la última página.

Autor de más de doce volúmenes, MAD ha sido fundador de la “Asociación de Estudios Humanísticos”, que ha presidido y secretariado varias veces; mientras paralelamente editaba su inolvidable revista de cultura sexual Fáscinum (1972-1973). Pero donde más puede usted deleitarse, en la actualidad,  con su amena erudición, es en su programa de TV Perú (largamente lo mejor de la programación en su género) “La función de la palabra”.

Por otro lado, Denegri, desde 1973, ha creado y dirigido programas culturales, lo que lo convierte en una suerte de Quijote en una actividad francamente marginal entre nosotros.
Quiero acabar con una frase absolutamente veraz: yo no leo a Marco Aurelio Denegri: lo estudio.

Para acercarse a sus páginas, es necesario tener más de un lápiz en la mano (el arte de subrayar), varios diccionarios al costado, y muchísimas ganas de  aprender, a la vez que le agradecemos por darnos la oportunidad de poder hacerlo, a través de sus páginas sui generis. 
  

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